¡Aplausos, conciudadanos, aplausos! (Foto: GEC)
¡Aplausos, conciudadanos, aplausos! (Foto: GEC)

Aplausos para el que se atrasa tres meses en la cuota del edificio y responde agresivo cuando se le alcanza el memo respectivo. Para el que pone luces de emergencia y cree que tiene permiso para estacionar en la línea amarilla, en el cruce de dos avenidas o en el ingreso de un estacionamiento público. Lindo. Aplausos para quien va al banco con la hija saltarina de seis años y se planta en la cola preferencial. Para el que se estaciona en el parqueo reservado para embarazadas. Para quien lamenta que en las redes sociales haya tanta mala onda y al siguiente banner vomita sin reparos contra los evangélicos, los gay, los caviares o los brutos y achorados.

Aplausos para el que dispara contra la demagogia de los políticos de ayer, hoy y siempre al mismo tiempo que rebota titulares sin fuente y repite prejuicios para combatir otros prejuicios. Para el que marcha por más y mejores servicios públicos y nunca pide boleta y deplora pagar impuestos. Para quien reniega contra los jóvenes que andan pegados a la pantallita mientras dedica más de dos horas diarias a la misma vaina.

Para el artista de vanguardia convencido de que merece una beca estatal o un justo mecenazgo. Para el empresario que despotrica contra los bohemios mientras reparte y recibe comisiones ilegales. Para el corrupto que posa orgulloso en la terraza de su casa de playa. Para el anticapitalista que vive de las subvenciones provenientes de la renta capitalista que sostienen su templo académico o su bienintencionado organismo no gubernamental. Para el columnista que califica como idiotas a sus lectores mientras ellos lo consideran su hígado, su escupitajo, su grito contra la mediocridad y la incoherencia. Para el minero que no distingue oportunistas de conciudadanos con derecho a reclamar su parte en el virtuoso crecimiento que él mismo publicita. Para el antiextractivista convencido de que el Perú es un país de ricas montañas, fértiles tierras y cumbres nevadas… que no se deben tocar ni aprovechar para combatir la pobreza y el abandono.

Aplausos para el cincuentón que juzga a los demás como si nunca hubiera cometido errores. Para el vecino que se cree perfecto, generoso. Para el guerrero. Para el ciudadano que canta emocionado el himno nacional y nunca se ha preguntado qué dice la letra.

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