(Foto: El Comercio)
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Han pasado 200 años y seguimos todavía sin poder reconocernos como una nación integrada que pueda contemplarse en el espejo de su historia con un orgullo tan inobjetable como compartido entre todos. Es muy posible que el devenir político de esta República, con las inmensas fracturas sociales y culturales que no terminan de sanar, tenga que ver con eso, pero lo cierto es que los peruanos parecemos tener también una inocultable facilidad para el conflicto.

Si desde la llegada de los españoles al continente encontraron el mejor de los contextos sociales para su proyecto de conquista –un imperio dividido y devastado por una sangrienta guerra fratricida–, a la vuelta de los siglos nos hallamos otra vez los habitantes de este territorio divididos y hasta polarizados por la política.

Como explicaba la psicoanalista , pareciera que somos “un pueblo en sufrimiento permanente”. No le falta razón. Cuando se comenzaban a restañar las heridas de dos décadas de violencia terrorista, años entre los que, además, el país fue sacudido por un cataclismo económico, hiperinflacionario, al que lo arrastraron políticas económicas populistas y, luego, por una dictadura que se cargó la democracia y gangrenó los poderes del Estado con los rentables venenos de la corrupción, y el país se encaminaba por la senda del crecimiento, nos cayó encima la pandemia. Una plaga planetaria que aireó nuevamente las debilidades y brechas estructurales que dividen al país desde antiguo. Pero lejos de que los peruanos nos uniéramos para combatirla, la debacle económica que dejó no ha hecho más que profundizar la división, expresada en los últimos resultados electorales, en los que los ‘antis’ volvieron a ser protagónicos.

¿Tendrá la presidencia que inicia hoy su mandato la visión histórica, la voluntad política, de unir a la ciudadanía en la causa común de sacar del atolladero y echar a andar la economía del país? Esto es, sin resentimientos ni buscar enemigos entre las fuerzas motrices del progreso de las naciones...

Lo menos que podemos esperar de este nuevo liderazgo es que la respuesta sea positiva. El futuro del Perú dependerá de la lucidez que esta administración tenga para sumar, en lugar de dividir. Porque, entrando como entramos a este bicentenario, necesitamos los aportes de todos. Esa sería la mejor enseñanza que el profesor Pedro Castillo podría dejarles a las nuevas generaciones.

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