(Foto: Andina)
(Foto: Andina)

Nuestra historia republicana ha estado plagada de amenazas, peligros e inestabilidades, causadas en su gran mayoría por los caudillismos militares, desestabilizadoras ambiciones personales, falta de convicciones y de cultura democrática, así como por populismos desenfrenados.

A lo largo de todas nuestras vicisitudes republicanas, hubo dos periodos en los que el Perú enfrentó sus horas más aciagas. El primero, en los años de la posguerra con Chile, de 1883 hasta 1895, dando paso a la reconstrucción nacional y a un largo periodo de prosperidad y estabilidad política, que se prolongaría durante las dos primeras décadas del siglo XX.

El segundo periodo crítico fue el de 1990. Un país quebrado económicamente, con un gobierno incapaz ya de actuar en favor de la colectividad, con la violencia terrorista ad portas de tomar el poder y una situación de pobreza generalizada.

Los noventa llegaron con abusos, golpe de Estado y corrupción injustificables, pero también con el inicio de un paquete de reformas promercado y apertura comercial que se profundizarían con la llegada del siglo XXI y el retorno a una democracia plena.

Estas reformas devinieron también en un largo periodo de crecimiento y estabilidad económica; sin embargo, la renuncia a implementar las reformas de segunda generación (llamadas a empoderar al ciudadano, defender los derechos del consumidor, fomentar la extensión y profundización de la economía de mercado, la inclusión y formalización, así como consolidar la estabilidad y predictibilidad política y judicial) ha llevado al país a su tercer momento crítico.

Desde 2016 vivimos un ambiente de crispación e inestabilidad política extrema. Ello, sumado a malas decisiones electorales que han encumbrado gobiernos corruptos e incompetentes, han terminado por sumir al país en una grave crisis económica y social, descarrilando la senda de crecimiento que habíamos alcanzado, espantando la inversión privada y aumentando así la pobreza y desempleo. Hemos retrocedido 15 años.

Recuperar el nivel económico que teníamos en 2019 podría tomar 20 años más, salvo que nos dejemos de tonterías y comencemos a hacer las cosas bien. Un cambio radical es ineludible, pero este debe ser uno hacia la prosperidad, hacia el crecimiento con inclusión y no un salto al vacío, ni a la ruina generalizada. Esto comienza con las próximas elecciones generales.

Considero que deben ser cuatro los criterios para sumar voluntades: honradez comprobada; compromiso para trabajar por el Perú (no estar pidiendo vacaciones o buscando pretextos para irse de viaje); identificación con un programa económico procrecimiento basado en la economía popular de mercado, fomentando sin complejos la inversión privada, la inclusión y la extensión de la economía de mercado por todo el territorio nacional; y, finalmente, la decisión política de atacar el flagelo de la inseguridad ciudadana, cueste lo que cueste.

Es el momento de sumar para crecer.


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