Se sufre, pero se goza. (AFP)
Se sufre, pero se goza. (AFP)

Pero se sufre mucho, mucho. Y el goce es explosivo, pero dura poco. Es como si las partículas acumuladas de la ansiedad, frustración y sufrimiento, conforme se alarga el tiempo, en cierto instante y al borde del abismo, se apiadan de nosotros y nos regalan ese instante de alegría, el clímax.

Después, con los abrazos, gritos y cantos, comienza recién el desembalse de la angustia ya convertida en la euforia colectiva. Pero el instante del éxtasis fue solo individual y vino de lo más recóndito del alma. Días antes del partido decisivo, leí en un periódico ciertos consejos para quienes sufren de ansiedad o son hipertensos. Me pareció una exageración o el afán tremendista de algún médico o propaganda de un medicamento preventivo.

Pero sí, la cosa es seria. Una señora cuenta que se negó a ver, junto con su familia, el partido por la TV, en un cuarto aparte se puso a tejer y solo cuando escuchaba los gritos de alegría y festejo, iba a ver la repetición del gol.Pero algún otro (ejem), ni eso aguantaba. Con la excusa de querer apreciar las calles vacías, cobardemente se salía de la casa para no ver la TV.

En realidad, mientras recorría las calles del barrio, estaba muy atento a los gritos o preocupantes silencios de las casas y departamentos circundantes.

Pero, el grito claro de ¡gooool! le despejó la duda y afirmó la confianza. Sin embargo, el ¡no, así nooo! lo volvía a poner nervioso. Lo peor era cuando el silencio imperaba; la sospecha de un gol de los neozelandeses le malograba la caminata. Imposible continuar y de regreso, un segundo grito de ¡gooool! le hizo apurar el paso y, sonriente, reingresar a su domicilio. Un abrazo al equipo y a Gareca. Al fin, las generaciones entre 12 y 45 años van a sufrir y gozar viendo a nuestra selección medirse con los mejores equipos del mundo. Otros, ya la habíamos gozado en México (1970), Argentina (1978) y España (1982).