Sueños
Sueños

Hace muchos años no sueño que vuelo. Antes soñaba que volaba y aquellos eran los sueños más felices. Vivía en otra casa de esta isla y soñaba que volaba sobre la isla, sobre el parque de la isla. No volaba como los pájaros, no movía los brazos como si fueran alas, volaba flotando en el aire, planeando, como si fuera una cometa liviana impulsada por el viento. Han pasado muchos años y ya no sueño con volar. Es una lástima, lo echo realmente de menos.

En aquellos tiempos, cuando soñaba que volaba, dormía tendido boca abajo y no necesitaba pastillas para conciliar el sueño. Además, era flaco, flaco sin esfuerzo, y no me costaba gran trabajo salir a correr. Fui flaco, flaco sin esfuerzo, flaco como es flaca mi madre, hasta los treinta y cinco años, después me fui al carajo por culpa de los chocolates y porque empecé a necesitar pastillas. Ahora duermo con pastillas, boca arriba, sobre una almohada ortopédica. Duermo con zapatos y con una pistola cargada a mi lado, por si vienen a matarme. Duermo maravillosamente, como nunca he dormido, incluso mejor que cuando era flaco y dormía sin pastillas. Duermo diez, doce horas corridas, un exceso, una obscenidad, una delicia. Y casi todas las noches sueño, y recuerdo luego mis sueños. Pero ya no sueño que vuelo, que sobrevuelo, que planeo. Ahora sueño recurrente, obsesivamente, con mujeres, con apartamentos, con una pelota de fútbol y con el idioma inglés.

Mis sueños con mujeres son explícitamente sexuales. Sueño, principalmente, con Daniela, la mujer que me inició en el sexo y el amor, y con María Gracia, que fue mi novia. Estoy en Lima, tengo un pequeño apartamento, las ventanas están cubiertas con papel metálico para que nadie pueda fisgonearme o retratarme. No salgo de allí, no quiero salir de allí, afuera es el caos. Espero a Daniela, espero a María Gracia. Nunca vienen juntas. Me turno en atenderlas. Las espero con creciente excitación. Lo que más me excita es que ambas vienen solo a tener sexo conmigo, no a conversar, ni a ver películas, ni a cultivar la amistad: vienen a tirar, a follar con impaciencia, porque nuestros encuentros son furtivos, clandestinos, ellas tienen vidas honorables, y sin embargo necesitan secretamente venir a verme, coger conmigo, y eso me engrandece y eleva de una manera deliciosa e inconfesable. Vienen, tiramos, tiramos muchas veces, y luego se van apuradas, fingiendo que nada pasó, y me siento el mejor amante del mundo.

Luego sueño con apartamentos. No es un apartamento, son dos. Están en el mismo edificio, uno en el piso inmediatamente superior al otro. Son apartamentos grandes, bien decorados, deshabitados. Están en Lima, en Miraflores, en ciertas calles que van cambiando. Sé que son míos, sé que debería poder entrar en ellos y dormir allí, ninguno es la madriguera o el escondrijo para los encuentros sexuales. El problema es que no sé dónde están esos apartamentos. Estoy perdido, no sé cómo llegar a ellos, cómo entrar en ellos. Entro y salgo de edificios, interrogo a porteros, me meto sin permiso en ascensores, pruebo llaves que no funcionan. Busco desesperada e inútilmente esos dos apartamentos que son míos, pero no sé dónde están, cómo llegar a ellos. Sé que cuando consiga entrar en ellos, seré feliz, pero estoy perdido, sin remedio, y los busco con creciente inquietud y desasosiego, sin final feliz.

Mis sueños más felices tienen que ver con el fútbol. Desde niño he sido un apasionado del fútbol, aunque ahora ya no veo los partidos completos, solo los goles. No me enorgullezco de ello, sé que mirar el recorrido de una pelota, el vuelo de una pelota, el momento en que una pelota entra en un arco o una canasta, o sobrepasa una red, o ingresa en un agujero, es una costumbre humana tan obsesiva como probablemente estúpida: somos millones, billones, los que nos afanamos por ver cómo otros hombres persiguen una pelota, o le pegan a una pelotita, o la embocan en el lugar correcto, deseado. Pero, siendo el mono que soy, sueño muchísimo con una pelota de fútbol. Y hago jugadas improbables, maravillosas, que dejan pasmados a mis rivales. Por ejemplo, la pelota viene por vía aérea cayendo como un meteorito y la amanso como si mi botín derecho fuese un guante de seda, la amortiguo, la subordino al imperio de mi inventiva maliciosa, y luego, sin que caiga al césped, saco una volea que nadie más en la cancha podría improvisar, y entonces la pelota hace un viaje aéreo curvilíneo y entra en el arco contrario y el estadio me aplaude de pie. Pero esa genialidad no me ha costado ningún esfuerzo, la he improvisado porque soy bueno, muy bueno, el mejor. A veces juego en el Barza o el Atlético de Madrid, pero en ocasiones juego en la selección peruana. No meto goles de cabeza, no marco a nadie, corro poco, que corran otros, los menos aptos, los obreros del fútbol, yo soy un genio descollante y solo espero a que la pelota venga bajando y luego la amanso y saco el misil de volea y es un gol precioso, de antología.

Después de meter el gol, no salgo corriendo, no me sobreexcito, espero a que mis compañeros vengan a felicitarme. Soy el mejor, no cabe dudas. Nadie en mi equipo, ni en el contrario, podría convertir un gol así, tan bello como ese. Qué curiosa esa obsesión mía por el pase largo que me llega por vía aérea, por los goles de volea, siempre de volea. Qué lindo es soñar con fútbol, son los sueños mejores, incluso mejores que los sueños sexuales, en los que soy un as en la cama.

También sueño obsesivamente con el idioma inglés, y hablo en inglés, hago mi programa en inglés, hablo un inglés perfecto, fluido, elegante. El personaje que más viene a mi programa, cómo le gusta venir, es Gwyneth Paltrow, y lo más increíble es que está secretamente enamorada de mí, me lo dice en el camerino, susurrando, con actitud conspirativa, porque está casada y no quiere que su esposo sepa que ella muere por mí. Yo lo tomo con gran naturalidad, o sea que no me sorprende que Gwyneth venga a mi programa, porque está claro que le conviene para su carrera, ni que me ame de un modo encubierto, porque es lo natural. También vienen a mi programa Obama, Trump, Bush, Clinton, todos son mis amigos, les hago entrevistas cordiales, nunca demasiado belicosas, y nos reímos, qué buenos amigos somos. A mi programa en inglés vienen las actrices más lindas y talentosas, y a todas me las quiero tirar, pero no me las llego a tirar. Han venido Lady Gaga, Jennifer Lawrence, Scarlett Johansson, Anne Hathaway, y las trato con cariño, y generalmente al final les digo que las voy a llamar para salir a comer una noche y que estoy produciendo una película y me gustaría que actuasen en ella, pero luego no las llamo, porque estoy demasiado ocupado y en realidad nunca voy a hacer la película. También viene mucho Shakira y la entrevisto en inglés y nos besamos luego en el camerino, pero son besos escondidos, porque no debe enterarse su pareja, el futbolista.

Por supuesto nunca he tenido amantes tan desesperadas por cogerme, ni se me han perdido apartamentos, ni he metido goles de fantasía jugando al lado de Messi o de Griezmann, ni he hecho memorables entrevistas en inglés con grandes actrices de Hollywood, pero está claro que en sueños me atrevo a ser todo lo que en la vida real, tan chata, tan mediocre, tan predecible, nunca pude ser, y que en mis delirios oníricos tan desmesurados como egocéntricos me permito ser todo lo que en la vida misma nunca llegaré a ser.

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