(GEC)
(GEC)

Escuchar a María Antonieta Alva y luego a Martha Chávez, ambas frente al mismo auditorio cadeísta del viernes, fue muy gráfico del momento que estamos viviendo, donde conviven dos formas opuestas de entender la vida pública. Una que busca romper con la inercia y otra que se resiste a cualquier tipo de cambio. Mientras la ministra interpeló a la élite económica y política con profesionalismo, solvencia y certeza, la excongresista insistió en repetir el libreto inalterable y lleno de lugares comunes que nos mantiene estancados en el pasado. Definitivamente dos talantes muy distintos. En lógica pelotera, el primero juega para voltear el score y ganar el partido por goleada, el otro lo hace para botar la pelota al lateral y cometer faltas mientras espera que trascurran los 90 minutos sin que nada cambie.

La presencia repetitiva de ciertas figuras públicas sin nada nuevo que ofrecer, como la excongresista Chávez, es, en realidad, el síntoma de un mal mayor. Hagan ustedes mismos el ejercicio y revisen la última parte de los noventa e inicios de siglo. Se darán cuenta de que en casi dos décadas los rostros del establishment político han cambiado muy poco. Una generación entera ha crecido solo con esas referencias. Y en esto, los medios que dan pantalla a los de siempre tienen parte de la culpa.

Pero no solo es la misma gente, lo que finalmente se justificaría si hubiesen evolucionado, sino que su discurso se ha mantenido inalterable en forma y fondo. Su objetivo pareciera ser siempre detener reformas y mantener el status quo. Son los enemigos del cambio, movidos por la idea de que el poder político viene con privilegios extraordinarios y que estos se ejercen para siempre. Ya es tiempo de que se den cuenta de que están equivocados. Su tiempo terminó.

TAGS RELACIONADOS