Los sospechosos usuales. (Reuters)
Los sospechosos usuales. (Reuters)

Egipto ha sufrido el atentado islamista más letal de 2017 a tan solo cinco semanas del segundo más mortífero perpetrado en Somalia, con la diferencia de que el segundo país es un Estado fallido, casi sin gobierno, y los egipcios viven bajo la tiranía del régimen de Abdel Fattah al Sisi, que sustituyó al de los islamistas de La Hermandad Musulmana (HM) con apoyo popular cuando esta trató de cambiar la Constitución para convertir al país en un Estado fundamentalista. La Primavera Egipcia de 2011 que derrocó al régimen de Hosni Mubarak fue traicionada tanto por la HM como por los militares.

Es cierto que, en una zona tan extensa como el desierto del Sinaí, parcialmente desmilitarizada desde que Israel la devolvió a Egipto tras los acuerdos de paz de 1978, era difícil prevenir un atentado como el de la mezquita de Bir al Abed. Dado que el ataque fue perpetrado por terroristas con armas automáticas que tardaron varios minutos en matar a más de 300 personas, los sospechosos usuales son grupos de la zona o bien vinculados al Estado Islámico puesto que el objetivo del ataque fue una comunidad de musulmanes sufíes –una escuela mística del islam que para los radicales es considerada “hereje” por “desviarse” de su visión rigurosa– o bien de milicias aliadas de Al Qaeda. Una teoría menos probable pero posible es que sean miembros de los HM que de vez en cuando actúan vengándose del régimen que los derrocó y encarceló a sus líderes.

Egipto pasa por una época de sombras entre una brutal dictadura totalitaria, unos sanguinarios terroristas islamofascistas y una gran mayoría de sus habitantes que repudian a estos extremos y añoran la paz y estabilidad por la que masivamente tomaron las calles contra los militares y luego contra la HM.

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