Actriz Sofía Rocha murió a los 51 años. (Instagram)
Actriz Sofía Rocha murió a los 51 años. (Instagram)

Sofía Rocha ha muerto, pero sigue actuando en esos silencios prolongados que valen tanto en teatro. Cuando el diálogo se interrumpe, porque calla un actor o una actriz, se genera una expectativa mayor. No se sabe qué va a pasar. En ese largo tránsito hacia el siguiente ruido, el personaje impone su energía y consume la atención de todos los demás, actores o espectadores. En esos segundos eternos, el silencio dice mucho. Como las palabras en la poesía, en el teatro cada quien procesa el silencio desde sus propias turbulencias, sus propias fantasías y sus propios miedos. Ese silencio saca lo que tenemos dentro para meterlo en la obra o, mejor dicho, hace que la obra se meta en nosotros para sacudirnos. Sicoanálisis furtivo, más provocador porque no lo esperas.

Sofía murió en el amanecer del lunes 25. Fue encontrada a la entrada del edificio en el que vivía. La noticia se redujo a tres frases. Parece ser que cayó de su departamento en el piso 16. La Policía está investigando. Respetemos su muerte. Y el silencio empezó. Claro está que hubo dolores y homenajes de sus amigos y compañeros. También recuerdos de quienes nos maravillamos con sus actuaciones. Pero ninguna especulación sobre su muerte. Eso que había material a montones. Ni las preguntas más directas sobre cómo murió; ni las asociaciones más intelectuales con los personajes de tragedias griegas que solía representar, usualmente vinculados a suicidios y asesinatos. Ninguna entrevista a un vecino afanoso, ni debates con expertos improvisados, ni filtraciones de policías ni fiscales. Nada de nada.

Es evidente que los amigos de Sofía lideraron una autocensura en medios de comunicación y también en redes. En otras ocasiones el dolor de los sobrevivientes es primera plana, aunque no la quieran. Peor aún si son pobres, porque entonces lo exhiben gratuitamente con la secreta esperanza de que conmueva para promover caridades que alivien el duelo. No reparamos que la muerte es sagrada. Lo ha sido en todas las religiones, en todos los mitos y en todas las civilizaciones.

Pero de un tiempo a esta parte, la muerte es un tema de marketing, porque de promover ventas se trata. El silencio por la muerte de Sofía demuestra que, como sociedad, podemos rescatar el respeto a la muerte y, en general, el respeto a la privacidad de cada uno, aun cuando seas conocido por artista, o deportista o político. Quizá no haya necesidad de censura alguna. Será suficiente ver en cada víctima el alma de Sofía, que seguirá actuando en silencio.

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