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Paisaje después de la batalla
Columna de Sonia Chirinos
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El domingo pasado se celebraron elecciones para conformar el parlamento europeo. Un espacio “habitado” por 705 eurodiputados.
Los “eurociudadanos” (si se me permite el neologismo) no terminamos de sentir como propio este parlamento tan distante y anodino.
Fuera de que los pocos votantes (el índice de participación suele ser muy bajo) son conscientes de que, en muchos casos, los partidos proponen como candidatos a sus miembros más díscolos e incómodos.
Pero he aquí que las últimas elecciones europeas han arrojado resultados sorprendentes y han conmocionado de forma inesperada la política europea de cada uno de sus miembros. La ultraderecha, desde la italiana Meloni, pasando por el del desconocido Alvise, un influencer español que logró más de 700,000 votos con una caricatura de partido (“Se acabó la fiesta”), y por supuesto con el triunfo de la señora Le Pen en Francia, ha hecho gala de una fuerza inusitada e inesperada.
Consecuencia de ello, una pequeña debacle política: Macron, en Francia, obligado a convocar elecciones. En Bélgica, renuncia, entre lágrimas, de su primer ministro. En Alemania, aún se preguntan qué ha pasado para que los ultras ganen a los Verdes. En España, Vox se ha convertido en la tercera fuerza, obligando a la vicepresidenta del gobierno, Yolanda Díaz, a reconocer el fracaso de su proyecto de izquierdas.
Esta línea de intolerancia y de extremismos, tan ajena al espíritu de la bicentenaria 9.a Sinfonía de Beethoven, que predicaba la unión entre hermanos, debería hacer pensar a quienes se consideran depositarios de los principios clásicos del Estado de derecho, que algo mal están haciendo, y que están a tiempo de rectificar. Por el bien de todos.
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