¿Jaque mate?
¿Jaque mate?

La monarquía en España vive aciagos momentos. La inesperada marcha de Juan Carlos o es jaque mate o se trata de un astuto enroque para salvar la institución. Lo decíamos en estas páginas: a Juan Carlos I le dieron jaque. No jaque mate.

Él, “tenue rey”, es la ficha. El jugador, su hijo, Felipe VI, quien después de haberle quitado su sueldo de rey jubilado, no se esperaba el jaque.

La partida de ajedrez devino entonces en jauría humana, clamando por sangre. Sangre era expulsarlo del Palacio de la Zarzuela, la ‘casa’ en la que vivía. Hubiera sido la humillación más efectista.

Por eso sorprendió la noticia que saltó la tarde del lunes. En una carta de contenido profundamente estudiado, dirigiéndose a su “hijo” Felipe, y no al rey, Juan Carlos le comunica su decisión de trasladarse “en estos momentos” fuera de España.

En dicha misiva, que hay que entender que la envía al mismo tiempo que pone pies en polvorosa (“en estos momentos”, escribe), insiste sin pudor alguno en su “legado”, en “mi dignidad como persona”; en haber querido “lo mejor para España y para la Corona”. Y destaca su “lealtad de siempre”. ¿Le incumbía hacer su propia semblanza para la posteridad?

El caso es que, jaque o enroque, el rey deja España. Por su bien o el de su hijo, ya veremos. Sigue la tradición de sus antepasados, Alfonso XIII –su abuelo–, Isabel II, Fernando VII, de exiliarse. Parece que también la de la codicia.

La pregunta que cabe plantearse es si en esta partida de ajedrez manda el Gobierno (la mitad del cual se pronuncia republicano) o la Casa Real.

No puedo por menos recordar aquellos versos geniales de Borges: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo, y tiempo, sueño y agonía?”.

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