Jaque al rey
Jaque al rey

Juan Carlos I reinó en España desde 1975 hasta 2014. Ahora es rey emérito.

Poco a poco, se fue liberando del lastre de su pasado. Se convirtió en el mejor activo de la nueva España. Los españoles, más que monárquicos, se declaraban “juancarlistas”.

Mientras tanto, su vida privada fue respetada hasta límites casi absolutos. Sofía, su esposa, harta de sus devaneos, tomó el avión en busca de mamá, quien, parafraseando a Rubén Darío, le recordó: “Las princesas no son así”. Y la devolvió a Madrid.

Lo tuvo todo. Ahora no. En realidad, su abdicación se vio obligada por la serie de escándalos en los que fue sorprendido, por culpa de su amante Corinna Wittgenstein, con la que fue de cacería de elefantes, en plena crisis económica. Ese incidente marcó el fin de su reinado. Sus palabras de contrición, “lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”, se pronunciaron demasiado tarde.

La figura del rey es inviolable. Es irresponsable de sus actos como rey, y como persona. Figura distinta al aforamiento, privilegio procesal que acompaña al cargo. No a la persona.

Los escándalos económicos del rey, quien habría recibido “donaciones” más que millonarias y quien habría regalado a su hoy amante despechada (verdadera ‘Boca caliente’) 65 millones de euros, llegan en el peor momento. Quizás Felipe VI, su hijo, no se lo merezca. Pero quien asume puestos solo por lazos de consanguinidad debe estar a las duras y a las maduras. Es verdad que Felipe ha tomado el toro por los cuernos. Pero el escándalo sigue. El debate es hoy en España si es admisible que la figura del rey, en una democracia del siglo XXI, sea inviolable. Es decir, penalmente irresponsable a la vista, oídos y paciencia de los sufridos súbditos.

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