Foto: (EFE)
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Saltó al mundo entero la chambonada judicial cometida en Australia donde una mujer, madre de cuatro niños,.

Una científica española investigó el tema, y su conclusión dio un vuelco inesperado: Los niños murieron por causas naturales; por una especie de error genético. La madre afirmó siempre su inocencia. Ha pasado 20 años de su vida en prisión.

Este hecho me lleva a reflexionar sobre lo difícil que es juzgar.

Discutía con un amigo sobre un caso judicial que está “sub iudice”. Él afirmaba creer en la justicia, en la presunción de inocencia, y demás lugares comunes, pero con rotundidad me dijo que si el acusado, que según él es claramente culpable, fuera absuelto gracias a pruebas “nulas”, su absolución sería inmoral.

No creo equivocarme si intuyo que esa madre fue condenada, como hace mi amigo, mucho antes de que se celebrara el juicio, pero con la total certeza por parte de la sociedad, de que era una Saturno voraz, frente a la cual, no se aplicó el principio de duda razonable; ni siquiera se practicó una elemental prueba pericial, que introdujera la duda acerca de la causa de la muerte de los niños. Si así hubiera sido, se habría aplicado el principio de presunción de inocencia y esa mujer habría sido absuelta. Claro que, como mi amigo, muchos habrían torcido la boca para afirmar que es inmoral que, por un defecto de forma, un culpable, salga libre. El orden de las cosas no es ese: No se puede declarar culpable a nadie antes de su enjuiciamiento. Y si no hay prueba suficiente, o si esta adolece de tacha de nulidad, no hay más remedio que absolver. Es el precio de la seguridad jurídica. El otro, son 20 años de prisión sin merecerlo.

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