Mi padre murió de forma fulminante un 28 de julio, en el momento que se disponía a escribir su artículo sobre el discurso presidencial.
No pretendo emularlo. Ni estoy en el Perú. Ni he escuchado el discurso presidencial en directo. Ni tengo su sagacidad.
Como recordó la presidenta del Perú, es la primera mujer en ocupar ese puesto.
De mujer a mujer le digo que debió aprovechar la novedad para hacer honor a ese hito.
Y no me refiero a que no haya recurrido en su discurso al lenguaje inclusivo. Menos mal que no habló de “peruanos y peruanas”. El discurso habría durado, como poco, una hora más.
Me refiero a que hubiera sido interesante destacar de qué forma sus políticas han ayudado a que la mujer peruana escale social, cultural y económicamente en el Perú que describió como uno de los países líderes en América en economía y en democracia (si no dijo esto último, seguro lo pensó).
En un excelente documental sobre Margaret Thatcher salió a relucir su condición de mujer, en un mundo de hombres. Se burlaban de ella, hasta por su tono de voz.
¿Sufrió Dina Boluarte trato discriminatorio? ¿Cómo lo resolvió? Me habría encantado que lo comentara. Y que hubiera tenido en cuenta la perspectiva de género que obliga a pensar el efecto que tendría su discurso de forma diferenciada entre mujeres y hombres. A las mujeres, que nos gusta estar al día en todo, también en la política. Un discurso tan lleno de datos, ayuno de críticas, tan rimbombante, y, perdón, tan … —cariñosamente— huachafo, quita tiempo para atender a las otras múltiples ocupaciones que tenemos especialmente un 28 de julio las mujeres.
Nosotras somos prácticas y perspicaces. Algo de esto faltó (dicho con respeto) al discurso presidencial.