En las últimas semanas hemos sido testigos de protestas contra el proyecto minero Tía María. Más allá de los impactos negativos que su cancelación tendrá en Arequipa y en la población afectada, hago una reflexión. Me anima que nadie marcha contra la minería ilegal de Madre de Dios, que hace un daño enorme al medio ambiente.

¿No será que las protestas no son contra la minería, sino que hay algo que no vemos? La población de las zonas afectadas por la minería está entre el grupo de pobres y pobres extremos. No tienen acceso a servicios básicos ni oportunidades para cambiar su situación. Entonces, sigue la hipótesis, hallan en la oposición al proyecto la situación ideal para ser escuchados y forzar al Gobierno a atender sus necesidades básicas. Logran tener voz. El problema de fondo puede ser que los gobiernos locales, regionales y central no llegan a toda la población. No tienen presencia. En cambio, en Madre de Dios, de alguna manera, la minería ilegal les permite vivir mejor y no se oponen.

Si los ciudadanos de zonas cercanas al proyecto tuvieran un empleo adecuado, agua potable, desagüe, electricidad, educación y salud, ¿creen que las protestas serían iguales? Me parece que no. ¿Qué hace el gobierno regional con el dinero? ¿Lo sabe la población que rechaza al proyecto? ¿Y los gobiernos locales? ¿Por qué las cifras no se conectan con el bienestar? ¿Por qué no pedimos a las autoridades locales y regionales que hagan una lista de las obras hechas en beneficio de la población?

Estas preguntas están al margen del proyecto minero y sus efectos. Lo que pasa es que cuando veo que esos mismos líderes no generan el mismo ruido cuando se destruye el medio ambiente en nuestra Amazonía con la minería ilegal, no puedo menos que no entender la contradicción.

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