(Perú21)
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Todas las semanas escucho de alguien que necesita un trabajo; desde gerentes con estudios de posgrado hasta obreros con secundaria incompleta. Todos con experiencia; casi todos con familia; unos pocos con ahorros. Pero no son estos los más pobres, sino los que viven al día y muchas veces con deudas porque tienen la tarjeta de crédito que usaron para comprar comida el día que no tenían para pagarla, y acumularon una deuda que no logran saldar debido al alto pago por intereses.

Mientras esto ocurre, las autoridades no se atreven a tomar medidas que nos muestren como destino de inversiones. Nadie habla de actuar violentamente contra la población, sino defenderla. Se dice que las manifestaciones han sido originadas porque el gobierno está tomado por los grandes empresarios que no quieren perder sus privilegios. Mi lectura es distinta: las grandes corporaciones, mineras o no, sin importar el origen del capital, tienen inversiones diversificadas, repartidas en el mundo; en unas ganan más, en otras menos. Tienen opciones fuera del país y lo que se arriesgan a perder acá podrá hacerlos menos ricos, pero no más pobres.

El problema es de los trabajadores despedidos de las empresas que dejan de operar; de los pequeños proveedores que se quedan sin clientes; de quienes no hemos podido acumular ahorros; o de quienes tenemos hijos, nietos y padres. Los peruanos de más de 40 sabemos que un día fuimos migrantes a la búsqueda de oportunidades. Algunos tuvimos suerte; otros no tanto. Muchos nos ilusionamos con volver y entregar un mejor país a nuestras familias.

No nos equivoquemos: en términos relativos, una economía que no crece perjudica más a los que menos tienen. Miremos a nuestro alrededor.

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