Para mí es evidente que llegamos a este mundo, dotado de recursos, para trabajarlo y para disfrutarlo.
Hay peces en los mares, minerales en los cerros, petróleo en el subsuelo, y demás. Si uno viese el planeta Tierra desde afuera, desde el aire, vería una superficie llena de agua con algunos espacios de tierra, donde habitan estos seres llamados humanos que supuestamente deberían vivir felices, en armonía, disfrutando de esa tierra y de esos mares abundantes. Trabajando y disfrutando.
Pero lo que se ve hoy en la tierra es guerra, conflicto, el juego de la silla. Como si hubiese recursos limitados para la cantidad que somos. Es difícil saber cuánta de la escasez y desesperación que se percibe proviene de ser demasiados o de nuestra dificultad para compartir.
Yo lo sigo viendo, como desde niño, con la metáfora de la torta. Hay una torta y un número de personas. La torta se reparte y todos disfrutamos de la reunión. Estoy seguro de que parte del problema es que hoy por hoy algunos glotones se comen un pedazazo de la torta y dejan a otros con migajas. Pero también creo que una sola torta no se puede repartir entre 50 comensales. La torta quizá está hecha para 10, para 20; pero, si hay 50, la gente se empieza a poner ansiosa, tensa, y nos empezamos a atropellar por un pedazo.
A veces pienso: Qué sabio el que hizo este planeta y le puso 3/4 de agua, porque así tenemos un límite natural, infranqueable, para que la naturaleza sea siempre más grande que nosotros, los supuestos ‘dueños de la casa’.
Lo cierto es que no somos ningunos dueños; somos invitados y, más bien, diría, unos invitados malcriados que estamos maltratando la casa y peleándonos entre nosotros.
Yo creo que somos demasiados; pero, más allá de eso, la torta es la torta, ni se come doble ni se arrancha.