La presidenta Dina Boluarte lleva casi cuatro meses sin responder a la prensa. La última vez que lo hizo fue en julio, para promocionar su viaje a China. No obstante, si bien no habla con la prensa, la mandataria no pierde una oportunidad para lanzar ataques a diestra y siniestra contra los medios de comunicación, a los que acusa de no mostrar los ‘logros’ de su Gobierno.
La mandataria parece haber abandonado la rendición de cuentas, uno de los principales pilares sobre los que se construyó la democracia. Boluarte toma decisiones, o al menos eso señala la Constitución, pero no permite que se le cuestione ni que se le hagan preguntas que le puedan resultar incómodas. Ante los graves escándalos, como Los Waykis en la Sombra o el ‘cofre’ presidencial, se esperaría que quien personifica a la Nación responda ante la ciudadanía y resuelva las inquietudes, como lo hizo hace pocos días el presidente de Chile, Gabriel Boric, quien tuvo que responder preguntas de la prensa, durante 55 minutos, sobre el escándalo de un exfuncionario denunciado por violación.
La prensa no busca indagar en los retoques estéticos de la mandataria ni en otras frivolidades, sino en conocer sus posturas y que explique las medidas que toma o piensa tomar su Gobierno para enfrentar la grave crisis de seguridad que vive el país. Porque, aunque parezca que la jefa de Estado y sus ministros no se percatan, sicarios bañan de sangre las calles del país a diario, mientras que muchos ciudadanos y comerciantes son extorsionados y deben cerrar sus negocios.
Por su parte, los ministros se han convertido en escuderos, defensores de lo indefendible y abogados a tiempo completo de la mandataria. Muchos de ellos, como Santiváñez y el propio jefe de Gabinete, Gustavo Adrianzén, mantienen una postura agresiva contra periodistas que cuestionan los resultados de las políticas aplicadas por el Gobierno. La última vez, el titular del Interior atacó verbalmente a una reportera que le preguntó si renunciaría ante el fracaso de sus políticas e incluso vertió una cifra falsa que tuvo que enmendar al día siguiente, sin pedir perdón, claramente.
La presidenta de la República no puede mantener el silencio ante el hoyo de violencia e inseguridad en el que está sumergido el Perú ni continuar utilizando a sus ministros como muralla para refugiarse de la prensa. En las repúblicas democráticas, los presidentes están obligados a rendir cuentas al país, no con discursos de cinco horas preparados por terceras personas ni a través de voceros que hacen malabares para decir mucho sin responder nada, sino permitiendo que los periodistas hagan las preguntas que realmente le importan al país.
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