Sexo, fe y política: un trío incómodo

“Siempre es más cómodo temer lo que no se entiende, pero si creemos en la libertad individual es necesario ponerse en los zapatos de los que no entendemos”.

Fecha de publicación: 24/05/2025 12:35 am
Actualización 24/05/2025 – 12:41

En muchos países el llamado pensamiento antiwoke ha crecido como reacción a lo que se consideró como una defensa excesiva e irracional del débil. El término woke es aún más elástico y multifuncional que caviar: sirve para criticar temas netamente políticos, como la inmigración o el conflicto entre Israel y Palestina como para atacar los derechos LGTBIQ+. En los EE.UU. y Europa el discurso antiwoke gira más en torno a conflictos geopolíticos o la migración, pero en América Latina el blanco predilecto parece enfocarse en la sexualidad humana. Se aprovecha aquí el pseudoterremoto moral que implica que una persona puede no ser clasificada como “hombre” o “mujer”, aunque la ciencia moderna identifique que puede haber más intersexuales que pelirrojos naturales en la población mundial.  

Creo que ser liberal implica poner al individuo por encima de las creencias colectivas. Si defendemos que la propiedad privada no puede ser expropiada por lo que opine un comité socialista, también deberíamos aceptar que la identidad y orientación sexual de una persona no puede definirse desde un púlpito o bancada congresal. Nos acomode o no, vale más lo que dice y siente el individuo sobre sí mismo que cualquier doctrina que pretenda clasificarlo. Si la libertad individual no incluye temas tan propios como la identidad y sexualidad, ¿de qué libertad hablamos? ¿Uno puede decidir libremente sobre sus bienes, pero no sobre uno mismo?  

La medicina moderna dice que no es verdad que solo existan hombres y mujeres. Existen personas intersexuales: individuos que nacen con características biológicas de ambos sexos. Eso no es opinable, se puede verificar con pruebas médicas. Y aunque sean una minoría, con que hubiera una sola persona intersexual bastaría. Porque solo esa persona puede decidir quién es y cómo se siente. Lo que opinen los demás puede tener validez dentro de una fe, pero no debe imponerse en un Estado laico. Hay libertad de culto, no derecho a imponer nuestras creencias (¿libertad de inculto?).  

Tuve la oportunidad de conversar con un chico trans, familiar de un conocido. Me contó que, tras meses de terapia hormonal y una adolescencia y juventud muy duras, se levantó un día simplemente pensando en lo que tenía que hacer, sin angustia, sin peso. Lo que para cualquiera es rutina, para él fue un logro después de más de veinte años de un vía crucis. ¿Es correcto ser indiferente a ese tipo de sufrimiento? ¿Cómo no ver que ahí hay humanidad, no ideología?

Siempre es más cómodo temer lo que no se entiende, pero si creemos en la libertad individual es necesario ponerse en los zapatos de los que no entendemos, y defender sus derechos como si fueran nuestros. Yo soy agnóstico desde mi juventud, pero fui católico antes de ello y no entiendo cómo se compatibilizan los valores cristianos con hacerle más difícil la vida a quienes ya la tienen complicada. Las personas somos, en su mayoría, heterosexuales y nos identificamos como hombres o mujeres. Pero eso no nos da derecho a hacerle la vida a cuadritos a quien no encaje en ese molde. ¿Con qué autoridad se opina sobre lo que nunca se ha vivido?

La única vocal del acrónimo LGTBIQ+ nos podría tocar en la lotería genética que es la reproducción humana. Y entonces, esa categoría lejana se vuelve un ser humano que nos extiende los brazos. ¿Seguiríamos pontificando desde el dogma o empezaremos a escuchar?

Reconocer la complejidad humana es simplemente mirar de frente la realidad, y aprender sobre lo que no sabemos, con humildad y apertura. Es natural preferir la comodidad de lo que ya creemos cierto, pero no se puede hacer a costa de hacer sufrir a quienes no encajan en nuestros moldes.  

Aceptar la diversidad humana no es estar de acuerdo con todo, es entender que el otro existe. Y si queremos sociedades más libres y justas, tenemos que aprender a escuchar lo que inicialmente no nos cuadra, que es lo que más valor nos puede agregar al descubrir algo que no hemos tomado en cuenta. 

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