(Foto: GEC)
(Foto: GEC)

No tengo idea de si pasó, pero alguna vez escuché que, ante la posibilidad de que una plaga llegara a nuestro país, un connotado hombre público tranquilizó a quienes estaban con él diciendo: “En el Perú hasta los virus se acojudan”. No el que estamos viviendo. Aunque sus habitantes, comenzando por sus autoridades, parecen oscilar entre la cojudez y la pendejada.

Imaginemos que el Senamhi, fuentes académicas, medios de comunicación, climatólogos amateurs, reportaran y predijeran las condiciones meteorológicas de manera desordenada, interesada, a la champa. Tornado, calma chicha, huracán categoría 5, lluvia ligera, cielo despejado, tormenta, diluvio, todos a la vez, ninguno.

Bueno, los individuos y las comunidades no tendrían manera de orientar sus conductas, tomar decisiones, orientarse en la realidad.

Es lo que ha venido ocurriendo en nuestro país con respecto de la pandemia, lo que golpea duramente la credibilidad y confiabilidad de quienes toman decisiones en nombre del conjunto, además de contribuir a que esas decisiones tengan resultados reales muy relativos cuando no desastrosos.

En medio de la cuarentena, los que la cumplieron, uno podía tener terror frente al exterior o mucha rabia de no poder vivirlo. Pero en estos momentos de descompresión inevitable, la cacofonía y la falta de sinceramiento es una receta para el desastre.

La información es central y las comunidades deberían producirla y utilizarla: ahora el riesgo es bajo (basta la mascarilla en sitios públicos); ahora es alto en tal lugar, mejor evitarlo; ahora es muy alto, mejor quedarse en casa. Para la economía y la salud lo anterior es crucial.

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