"El sábado, los vehículos estacionados en la costa verde no eran solo de los surfistas que tienen la suerte de practicar un deporte con distancia social natural; pertenecían en su mayoría a familias con niños que jugaban a lanzar piedras al mar".
"El sábado, los vehículos estacionados en la costa verde no eran solo de los surfistas que tienen la suerte de practicar un deporte con distancia social natural; pertenecían en su mayoría a familias con niños que jugaban a lanzar piedras al mar".

El sábado, junto con el diario llegó un encarte de ropa para niños. Imaginé que, a diferencia de los adultos, los niños, aun en confinamiento, podrían requerir cambiar de ropa más de una vez al día. Accidentes con la pintura o pegamento para manualidades, derrames de jugo a la hora de comer o la necesidad del cambio de talla que demanda el crecimiento.

Hace unos días, en cambio, miraba mi clóset con extrañeza y aburrimiento: ¿qué hacen allí esos vestidos? Algunos son incluso de verano porque, ¿para qué los voy a mover? Y, esos zapatos con taco alto que además requieren medias “nylon” (de lycra), ¿cuándo pienso ponérmelos? Sé que en muchos otros países la gente asiste a reuniones o sale a cenar y que ya se están dando las advertencias respecto a la distancia que debe mantenerse en las playas durante el verano europeo, pero eso se ve tan lejano, tan inalcanzable desde nuestro encierro y la monotonía de nuestro agosto invernal.

Sin embargo, el sábado, los vehículos estacionados en la costa verde no eran solo de los surfistas que tienen la suerte de practicar un deporte con distancia social natural; pertenecían en su mayoría a familias con niños que jugaban a lanzar piedras al mar o a encontrar una con forma especial, aprovechando ese medio día soleado que el invierno nos regalaba. Alguno se animó a acercarse demasiado al mar, pero todos mantuvieron la distancia respecto a los otros niños: no hubo juegos compartidos, ni conversaciones entre adultos; ni siquiera la alegría infantil que uno hubiera esperado. Había más de tarea que de goce.

Y, al día siguiente, sin saber por qué, recuerdo la canción de los No Sé quién y los No sé Cuántos: “Pero en el fondo todos regresan a sus casas muy agradecidos, pues todos son iguales bajo el sol”.

Y realmente deseo que sea así.

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