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Lindo nuestro idioma para llamar heces, excrementos o materia fecal a lo que, en simple, es caca pura. A las aguas que se llevan todo eso en desagüe se les llama aguas servidas. Una manera, digamos intelectual, de proteger los oídos de las almas serenas, pero que ninguna gracia provoca a los vecinos de San Juan de Lurigancho, perjudicados por el colapso de la red troncal de desagüe que inundó calles y casas.

La tragedia los ha agredido del modo visto por redes y televisión. La pobreza se ha encargado de hacerla más dolorosa: la única fallecida cayó de una escalera mientras acarreaba agua hasta su vivienda en lo alto de un cerro.
Sin embargo, de esas aguas servidas afloran otras miserias que huelen peor. Hizo bien Sedapal en asumir responsabilidad directa y proponer un plan para pagar daños y perjuicios; pero los actores políticos ya forzaban indicios y especulaciones para señalar prontamente otros responsables.

Cuando el presidente fue a la zona, como manda la solidaridad, interesaba más sacarle alguna declaración para echarle la culpa a las obras cercanas de Odebrecht, porque la corrupción es la explicación de todo mal. No interesaba conocer razones, ni saber respuestas, ni se le hizo la pregunta obvia por la urgencia: ¿hay presupuesto para mantener las troncales de agua y desagüe?

Porque explicaciones habrá y responsables también caiga quien caiga, pero lo cierto es que hace un chupo de tiempo que no se invierte en mantener las redes ni en sustituirlas.

Hace 25 años se planteó la privatización. No se hizo porque el agua es del pueblo y nadie debe lucrar con eso. Ya. Pero llevar el agua a domicilio cuesta y retirar el desagüe también. Si no lo paga el usuario, que el Estado lo subsidie; pero claro, para eso hay que pagar impuestos, y eso también cuesta. Si nada de eso se hace, no hay plata ni inversión, entonces hay que bajar cerro para subir baldes, como la mujer que murió.

El populismo es cruel porque engaña, el agua barata al final se paga con tragedia. La intolerancia es su cómplice, porque no hemos podido debatir seriamente sobre si es mejor un servicio público o lo privatizamos, ni qué regulaciones poner. La cobardía de no hacer nada solo tranquiliza conciencias en el corto plazo. Es increíble que no podamos ponernos de acuerdo en algo tan elemental como llevar agua y retirar desagüe.

Lima, ahora de cumpleaños, tiene poco que celebrar, por nuestra culpa, por nuestra grandísima culpa. ¿Empezamos a trabajar juntos, proponiendo y respetando ideas? 

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