(FOTO ARCHIVO EPENSA)
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Este mes de julio se cumplen 30 años de diversos actos de la barbarie terrorista de Sendero Luminoso, en su demencial estrategia de asedio a la ciudad, como última etapa de sus incursiones violentas y salvajes, después de haber enlutado a miles de familias campesinas en los andes, que siguen hasta hoy reclamando justicia.

El atentado de la calle Tarata, el 16 de julio, ha sido emblemático porque nos mostró la insania terrorista, que sin ningún tipo de remordimiento explotaron un coche bomba, en pleno corazón de Miraflores, asesinando a 25 civiles inocentes y dejando lisiados y con el trauma permanente a todo un país.

Esta es la muestra de quien fue Abimael Guzmán y tenemos que ser claros y contundentes, fueron delincuentes terroristas que sembraron el dolor y sufrimiento en aquellas décadas marcadas con sangre. Tenemos que generar conciencia social y no debemos olvidar que estas ideologías no tienen cabida en nuestra democracia. La condena es unánime y están proscritos.

Pero también es importante recordar que dos días después de esta salvajada, un comando paramilitar formado por Fujimori y Montesinos irrumpió en la Universidad La Cantuta para secuestrar y desaparecer a nueve estudiantes y un profesor universitario, que inclusive hasta la fecha se siguen buscando los restos de cinco desaparecidos.

Con la misma contundencia, aquí la responsabilidad de estos delitos de lesa humanidad recae en el Grupo Colina, que fue protegido en esos años por el gobierno de facto de Fujimori; con el pasar del tiempo, solo se logró sentenciar a cuatro responsables, incluido el propio expresidente.

Tenemos que entender que hay una deuda pendiente con las familias de las víctimas y darnos cuenta de que todavía se busca justicia y sobre todo una verdadera reconciliación nacional, que permita generar lecciones aprendidas de esta etapa dolorosa y evitar que vuelvan a surgir iniciativas de violentistas con ideologías trasnochadas. Memoria, pero nunca olvido ni perdón.