La normativa vigente impide que Sedapal realice cobros por servicios de saneamiento no prestados a usuarios, señaló la Sunass. (Foto: GEC)
La normativa vigente impide que Sedapal realice cobros por servicios de saneamiento no prestados a usuarios, señaló la Sunass. (Foto: GEC)

La semana pasada, en esta misma columna (“La tragedia invisible”, 27/1/19), explicaba por qué Sedapal debe ser privatizada: administra pésimo lo que tiene y es incapaz de ampliar la infraestructura para que el agua llegue a quienes no la tienen.

Hubo, como era de esperarse, comentarios a favor y en contra. El argumento más común en contra es, palabras más, palabras menos, el siguiente: “No es que las empresas del Estado sean incapaces de resolver el problema por ser estatales. Es solo que no son administradas eficientemente y no se elige a las personas adecuadas para hacerlo”.

Ese argumento es circular. No sustenta la conclusión. La verdadera pregunta es cuál es la relación entre el carácter estatal o privado de la empresa y la eficiencia en su administración.

La respuesta está en un artículo que publiqué hace tres semanas (“Demsetz y la extinción de las gallinas”, 14/1/19). Harold Demsetz explica por qué, a diferencia de los osos panda o los jaguares, las gallinas no están en peligro de extinción: los primeros no tienen dueño, las segundas sí. El ser humano se comporta muy distinto si algo es suyo que si no es de nadie.

Un dueño sabe que recibirá los beneficios que generen sus bienes y asumirá los costos que estos tengan. Cuida a la gallina para vender huevos y para evitar que se muera y así pueda seguir produciendo. El costo de la muerte de un oso panda no es asumido por nadie en concreto. El costo se diluye entre todos y, con ello, se diluyen los incentivos para evitar su extinción.

Sedapal es una empresa sin dueño. Es de todos. Y por eso no es de nadie. Sin verdaderos accionistas, los administradores de Sedapal no tienen incentivos para usar eficientemente los recursos. Las empresas públicas, antes de maximizar beneficios, maximizan gasto, usualmente ineficiente. Y sus costos los pagamos finalmente los usuarios y los contribuyentes.

No es, entonces, que las empresas públicas tengan mala suerte con sus administradores. Tienen malos administradores porque son públicas. No cuidan “la gallina”. El refrán “el ojo del amo engorda al caballo” no se aplica ni a los osos panda ni a Sedapal.

¿Que privatizar Sedapal generará un monopolio? Eso no es cierto. El monopolio ya existe. Solo se trasladará a manos privadas. Y a ese problema el propio Demsetz nos da una solución. Construir redes de agua paralelas (para permitir que haya varios competidores) puede ser muy costoso, lo que significa que la competencia puede no ser viable. Entonces, se puede sustituir competencia en el mercado por competencia por el mercado: en lugar de privatizar a quien pague el mayor precio (como pasó en el caso de la privatización de Telefónica), se puede entregar el servicio al que vaya a cobrar la menor tarifa.

Entonces, la eficiencia o ineficiencia de lo público frente a lo privado no es un accidente, fruto de la mala suerte. Es una consecuencia natural de cómo se estructuran los derechos de propiedad. La empresa pública suele elegir mal a sus administradores y estos ejecutan aún peor su trabajo.

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