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“Se necesita muchacha”

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Este letrero, colgado de la puerta de muchas casas, hace no tantos años, solía terminar con una o dos frases adicionales: “Cama adentro, sin colegio”.
Hoy un anuncio así llamaría la atención de la Policía y sería denuncia segura de las Naciones Unidas; más de una congresista gritaría su indignación y alguna ONG intentaría intervenir. Causaría indignación sincera, aunque no digamos nada de una de las condiciones que subsisten: “sin hijos”.
Un letrero así sería hoy inaceptable. No significa que no se exijan las mismas condiciones, pero al menos nadie se atreve a publicarlas abiertamente. Ni siquiera en los clubes de verano en los cuales las restricciones no solo aplican al personal doméstico, sino a los postulantes a socio y a inquilinos, dispuestos a pagar sumas escandalosas para resignarse a ser ciudadanos de segunda.
Tal vez este verano la situación ayude a “bajarles el moño” a quienes discriminan por raza, clase económica, ocupación y –¡horror!– presencia de niños. Los adultos pueden beber hasta la inconsciencia, pero que no ose un bebé llorar o un niño jugar cerca de su ventana a las 12 del día; su derecho a la intoxicación alcohólica está incluida en la cuota que paga por su casita de playa. Posiblemente sea la forma de manifestar su frustración de tener que conformarse con esa pequeña casita y no un yate en la Riviera Francesa.
Pero ojo: los balnearios son una suerte de opción de turismo interno, y una gran fuente de empleo: comerciantes, artesanos, jardineros, cocineras, limpiadores, repartidores a domicilio, nanas, profesores, salvavidas, guardianes, porteros, contadores, gerentes, entrenadores, ayudantes, recolectores de basura, reparadores de bicicletas... el respeto con que se les trate dirá de qué nivel son el club de playa y sus miembros.
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