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Redacción PERÚ21

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El presidente Pedro Pablo Kuczynski insiste en comportarse como ministro de Economía, presidente del Consejo de Ministros o banquero victorioso y relajado. Es lo que ha hecho en el pasado y lo que ha sabido hacer bastante bien. El cargo de presidente de la República es, sin embargo, esencialmente político, y él se niega a asumirlo así.

Para evidenciarlo, basta tomar como ejemplo tres señales, siempre tan importantes en la política.

La primera tiene que ver con el encuentro con Keiko Fujimori. Es comprensible que el presidente considerara urgente tener un contacto directo con ella, pero la forma fue desprolija. La reunión debió ser en Palacio –era el sitio "natural"– y sin intermediarios, más aun cuando la censura a su ministro de Educación no equivalió a una crisis de gobierno ni nada por el estilo. Tampoco debió permitir la difusión de fotos como esa en la capilla, en la que está arrodillado, detrás del arzobispo de Lima y de la lideresa de Fuerza Popular.

Otra señal es la poca importancia que le otorga a su bancada parlamentaria. Es cierto que hubo roces internos. Es verdad, además, que los 72 congresistas del FP son, cuantitativamente, más de cuatro veces los 18 de PPK. Pero las relaciones políticas no se miden con esa vara. Si bien minoritaria, su bancada debería –y podría– convertirse en un círculo de defensa mucho más poderoso de lo que PPK considera.

Finalmente, sus reiterados errores al hacer declaraciones son, también, señales de una actitud que ignora la política. En el caso del tratamiento tributario a Universitario y Alianza, hoy con grandes deudas que solventar, ¿por qué tenía que opinar sobre el asunto?

La reacción fácil consiste en cargarles la responsabilidad a sus asesores. Pero ¿tiene PPK operadores políticos?, ¿los toma en cuenta? En cualquier caso, parece que está escuchando poco. Prefiere creer, según todo lo indica, que la mejor forma de gobernar es apelando solo a la desenvoltura de un personaje canchero y exitoso.