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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Lo que tus clientes no hicieron durante el año, lo quieren hacer en dos semanas. Obviamente no vas a decir que no porque nadie le dice que no al trabajo. Menos cuando es un enigma qué vendrá mañana. Mientras tanto, la frecuencia de las reuniones amicales y familiares se incrementa notablemente y tampoco hay manera de renunciar a ellas. Al contrario, te entregas agradecido; el cariño nunca sobra. En la mañana, el cuerpo te pide chepa. Después de almuerzo cabeceas con roche. En la noche estás agobiado y quieres una chela que te relaje, aunque no hay primera sin segunda, ni segunda sin tercera. Así, el maltrato de cada día va minando tu (cada vez más) precaria entereza. Pero todavía falta casi un mes para el furor de fin de año.

Se acercan las fiestas. Suenan los villancicos. Y todo se pone tenso a tu alrededor. Suenan más bocinas en las calles. Se multiplican las discusiones en cada cola. Los choros prometen hacer su agosto en diciembre. Los reclamos de tus vecinos ya vienen con gritos. Las ausencias familiares nos irritan más que de costumbre. De nada vale que en estos días Lima amanezca, por fin, con un sol amable y brote en cada uno de nosotros más de una sonrisa involuntaria: hacia el medio día la ciudad hierve en estrés. Todos están irritables o irritados.

Quieres evitar los noticieros de la noche. No quieres saber si Nadine se pasó de sapa, si PPK por fin tomó la iniciativa ante la impaciencia popular, si Burga merece ser extraditado o no, si la pésima idea de Castañeda en la avenida Salaverry prosperará o no, si el ministro Saavedra podrá salvarse de los colmillos de una mafia que trafica con la promesa de la educación superior. Quieres desconectarte; sin embargo, sabes que a donde vayas todos estarán discutiendo acerca de la miseria de nuestra clase política y de la medianía de gran parte de la prensa nacional.

En estos días descubres que ya no detestas el tránsito de Lima sino que lo odias, que no confías en la seguridad de los cines ni de los centros comerciales que frecuentas, que no sabes si lo que estás comiendo en tu restaurante favorito ha sido cocinado con gusto y responsabilidad. Entonces te acuerdas de los ochenta. Aspiras profundamente. En vez de prepararte para celebrar el (re)nacimiento de la esperanza y la solidaridad, tu cuerpo solo quiere apagarse. En vez de renovar el ánimo para seguir navegando por los mares de la esquiva felicidad, quieres ir de frente, sin escalas, a la resaca del primer día de 2017. Saltarte esta pesadilla. Volver a comenzar, fresco.