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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Sociólogo y comunicador

En estos días donde el país parece tomado por una sucesión interminable de monólogos y estafas, me vinieron a la mente un recuerdo y un olvido.

Un recuerdo. Cuatro investigadores en un colegio secundario de Carabayllo nos preguntábamos qué pensaban los jóvenes acerca de la democracia a inicios de los noventa. Como parte de la metodología, nos interesaba contrastar lo que opinaban los chicos en grupos pequeños y luego en grupos más grandes. Por eso realizábamos primero grupos focales simultáneos y después los reuníamos en plenarias. Solía suceder que, sobre el escenario, hasta los más moderados se volvían grandilocuentes y los más equilibrados adoptaban una postura polarizante. Los niños "jugaban" a ser políticos porque hablaban de asuntos políticos.

Me quedé con esa imagen: aprendemos desde chiquitos a vivir la política como un ejercicio sectario, a elaborar discursos moralistas orientados a descalificar al "oponente".

Ahora el olvido. En marzo pasado se presentó la memoria de los doce años del Acuerdo Nacional, escrita por Max Hernández, su primer secretario técnico. Se trata de un testimonio relevante para estos tumultuosos días, sin embargo, resulta significativo que el libro no haya sido reseñado ni discutido en la opinión pública. Es verdad que con los años este foro ha ido perdiendo la relevancia formal que alcanzó en los primeros años del post-fujimorismo, cuando era urgente cimentar una cultura política dialogal para evitar una nueva autocracia.

Los actores que han participado en este foro, políticos y civiles, de izquierda y derecha, empresariales y laboralistas, en fin, de todos los sectores posibles, lograron consensuar ideas fundamentales para el desarrollo de nuestro país. Según Hernández la experiencia no estuvo exenta de contramarchas y tensiones y, por eso mismo, tiene un valor simbólico trascendente. Fue un espacio donde nuestros representantes construyeron una visión común.

En el espacio doméstico nuestros representantes pueden conocerse y dialogar como conciudadanos. Pueden, valga la incredulidad, consensuar una hoja de ruta, una agenda de consenso. Pero en el escenario mayor no pueden sino jugar para la tribuna respectiva, sometiéndose a la dramaturgia de la república caudillista, donde todos descalifican al contrincante. Así somos en el municipio y en el Congreso, en la televisión y las redes sociales. Nuestros representantes nos representan bien, los niños también.