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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Yo crecí negando a mi padre. No quería ser como él. Odiaba que me diera con la correa para memorizar la tabla de multiplicar. Me daba vergüenza que tuviera expresiones feas contra la gente. Me enfurecía cuando peleaba con mi mamá. Una vez me puse en medio de los dos y le lancé el transformador de la tele a los pies para obligarlo a retroceder y retrocedió.

Años después, por motivos que hoy me parecen tontos, tuvimos un par de encontrones más. Solo recuerdo que me costó sangre sostenerle la mirada hasta el final. Fue así que disolví esa voz que habitaba dentro de mí: "Te vas a caer, no te arriesgues". Fue así que dejé de ser para siempre su cachorro. Mi papá fue un hombre del siglo pasado, quería ser bueno a su manera pero los nuevos tiempos imponían otros valores y yo quería militar en el futuro.

Yo amaba a mi padre. Lo recuerdo forrando a la perfección mis libros del colegio y fabricando esas cometas gigantes que volábamos con mis hermanos en Cieneguilla. Lo veo bailando tangos con mi tía Elsa en las reuniones familiares y trayendo a casa cerros de "Selecciones" y Sputnik para que yo accediera a la actualidad internacional. Su caligrafía era hermosa, su oratoria propia de las aulas de la Casa del Pueblo. Mi viejo era el que bailaba sobre las mesas y recitaba a los modernistas para conquistar chicas. Un hombre de imprenta, un trabajador manual e intelectual, el hermano mayor de unos muchachones con quienes hizo esta vasta y hermosa familia.

Cuando salí del nido familiar y me instalé en aquel piso vacío, pude reconocer todo lo que hay de él en mí. Frente al espejo vi su frente. Sentado en el piso pude tocar sus rodillas en las mías. Ahora, cuando saludo con coquetería a la cajera del supermercado, reconozco que soy un Venturo que no puede con su genio. No es casual que me dedique a las comunicaciones ni que mi vocación política me empuje a lugares insospechados.

Cuando el oncólogo le puso fecha final me apuré para conocerlo más. Lo entrevistaba todos los días: cuál era su ránking musical, los colores que lo identifican, las flores con las que debíamos recordarlo. Han pasado casi cinco años desde que se fue al cielo a cantar polkas y valses entre los ángeles. Pienso en los mimos que no me dio y en la redención que vivo por él (y por mí) cuando mis hijos vienen a apachurrarme en las mañanas. Sol y sombra. Carne con hueso. Feliz día, viejo, mi querido viejo.