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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Sociólogo y comunicador

Abre el buscador y escribe "festivales internacionales en Lima". Encontrarás que hace muchos años existen festivales de danza, fotografía, jazz, artes plásticas, títeres, entre otras disciplinas artísticas. Todos son no gubernamentales. Verás que hay meses que tienen uno o dos festivales; y que en algunas categorías, como en el cine o las artes escénicas, existen más de tres eventos anuales. ¿Te sorprende? Cada vez que le pido a un amigo hacer este ejercicio le pasa lo mismo.

Lima tiene una inmensa oferta cultural que se caracteriza por su dispersión. Y tiene, de forma correspondiente, una demanda atomizada: el público de un circuito artístico no se cruza con el de otro. La producción cultural limeña no suma, se diluye. Será por eso que nos cuesta reconocer todo lo que ofrece nuestra ciudad y, al final, terminamos encasillando nuestras horas de ocio a los pasadizos de los centros comerciales.

Una gestión cultural de alcance metropolitano debería proponerse articular toda esta oferta, agregando públicos. Así, considerando el escaso presupuesto público, en vez de que la municipalidad produzca eventos, debería generar las condiciones para que los ciudadanos los produzcan cada vez mejor por su propia cuenta. Es lo que se viene haciendo en Santiago, Quito, Medellín, Buenos Aires y, especialmente, en Sao Paulo.

Una política cultural metropolitana, sin embargo, implica mucho más que potenciar los circuitos existentes. Debe incentivar la investigación, de tal forma que los creadores tengan acceso a nuevos contenidos y los productores tengan un conocimiento más preciso de los mercados que quieren abrir o conquistar. También debe fomentar la profesionalización de la gestión cultural, trascendiendo la lógica predominante del activismo institucional. Lima requiere de la articulación de los actores públicos y privados, comerciales y no comerciales, a favor de dinámicas que enriquezcan las identidades locales y los intercambios globales. Lima es el crisol de un país heterogéneo y, al mismo tiempo, podría ser un punto nodal de la cultura (y el turismo) de nuestro continente.

Este es el debate que requerimos en una ciudad fragmentada y desigual como la nuestra. Pero estamos atrapados en diatribas entre las barras bravas de la anterior gestión municipal y la de la actual. Esta semana, con el escándalo de los murales en el Centro, se ha evidenciado la pobreza programática con la que nos acercamos al desafío. Y no parece que el actual alcalde y su equipo tengan la capacidad de transformar este archipiélago: su visión de la historia y la cultura es absolutamente acartonada y anacrónica. Por eso no es casual que la nueva Gerencia de cultura aún no tenga idea de lo que le toca. No nos distraigamos, el problema es más grave. Un mural más, un mural menos, pero en términos de políticas, lucimos la misma pobreza de siempre.