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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Cuando uno llega por primera vez al hospital lo primero que ve es mucha gente. El ingreso, el estacionamiento, los jardines, los pasadizos, las salas de espera, cada esquina, cada espacio está saturado de personas que están esperando su turno o acompañando a sus familiares. Y, sin embargo, todos los días que estuve allí me sorprendió cómo, de alguna forma, al final de la jornada, (casi) todos son atendidos.

Y llama la atención, también, la paciencia que se respira en el hospital. Acaso la precariedad de la vida nos hace a todos más solidarios, no lo sé. Será que, pese a las limitaciones, las familias saben que pueden contar con medicina de primera. Y cuando digo limitaciones me refiero al hecho verificable en cifras de que la demanda es considerablemente mayor a la capacidad del hospital para atender inmediatamente a quienes lo necesitan. El hospital es un muestrario de todo el Perú, allí son recibidos niños y adultos, pobres y clase medieros, limeños y ciudadanos de todas las regiones.

Algunos lectores sospecharán de que escriba un artículo elogioso del INEN cuando existen, seguramente, muchas quejas acumuladas. Y pienso en mis propios reparos. Los baños principales podrían ser limpios (recomiendo usar el de la cafetería). La señalética no es clara, los carteles y las indicaciones se pierden con tanto ruido visual y más de un funcionario pareciera evitar, adrede, la claridad. La comunicación hacia los pacientes podría ser, ciertamente, mucho mejor. Creo que la gerencia del hospital debería enfrentar esto y no escudarse en las limitaciones estructurales que se conocen bien.

Pero lo que he yo he encontrado en mi reciente experiencia familiar es que se trata de un hospital público donde los que trabajan allí profesionales, técnicos y administrativos no están vagando. Al contrario, son peruanos entregados y comprometidos con su labor. Desde las ventanillas de informes y de orientación al ciudadano, hasta los hombres y mujeres dedicados a la seguridad, uno se encuentra con buen ánimo a pesar de la natural desesperación o impaciencia de quienes olvidan de que en nuestro Estado predomina la precariedad. Me consta que en las salas de operaciones las técnicas y las enfermeras tratan con amabilidad a los pacientes. Y aún más, los tratan con respeto y cariño. Gracias. Muchas gracias.

Quisiera destacar también otras cosas loables como el centro de investigación de tejidos tumorales que cuenta con proyectos claves o los grupos de voluntariado y solidaridad que brillan por su compromiso diario (esto da para otro artículo). Sin duda, vivir en un país pobre no nos condena a ser miserables. Nunca. El Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas es un gran ejemplo a seguir. El servicio público puede ser mucho mejor.