El domingo último la llovizna fue persistente. (USI)
El domingo último la llovizna fue persistente. (USI)

Un día como este, en el que no tienes ganas de ir a trabajar. Ves a los vecinos salir con diligencia. Unos llevando a los chicos al colegio. Otros, los solteros, de frente a la chamba. Los últimos, más jóvenes, saliendo a estudiar. En auto o caminando hacia el paradero. Cabezas mojadas. Trajes limpios. Maletín o mochila. Cartera. Los miras pasar mientras bostezas y tienes flojera de preparar el café. Hoy estás sin ganas. Mejor observas desde lejos la velocidad de los demás. Como de vacaciones pero en tu ciudad. De pronto, estimulado por el olor de los ajos en fritura de la casa de al lado, visualizas diversos pasajes de tu vida. Lejos, en la bruma, están ciertos recuerdos, sin embargo sientes lo rápido que pasó todo. Te sabes tallado por tus sucesivos y tan variados empleos, por las parejas que te influyeron en esos pequeños e invencibles detalles, por los desencuentros amicales que nunca pudiste resolver, por los amigos que te pegaron ciertas formas de decir las cosas. Estás flotando.

No has encendido la radio ni el CD ni nada. Tu burbuja muda. Pero te sirves un café y lo sientes más amargo. Está más rico de lo que esperabas porque lo estás tomando despacio, instalado quietamente en este inesperado entre paréntesis. Estás fuera de la matriz. No quieres alcanzar nada ni que nada te alcance. No te importa la huelga de los maestros, pero recuerdas al profe Calderón que te puso en las manos Los Ríos Profundos y violentó las fronteras de tu universo formado entre el Matamula, el Mariscal Castilla y la residencial San Felipe. No conectas con los histéricos debates de las redes sociales ni con el Harvey, ni con la desgracia catalana, ni con las descaradas negligencias de Trump. Hoy no. Las noticias son las mismas con nuevos titulares. Estamos demasiado atentos a las huevaditas de cada día y hemos perdido de vista los temas de fondo. La euforia en la inercia.

Tampoco te importa saber qué se teje en los grandes poderes o en los pequeños, menos en las tendencias que llevarán de la nariz a nuestros siguientes instintos. Silencio. Un dulce silencio. Un silencio largo y misterioso. Un silencio largo y misterioso que comienza a agrietarse porque ya son las nueve de la mañana y sigues en pijama. Un silencio largo y misterioso que se interrumpe con el sonido del chat. No ves quién te busca porque el aparato está a cinco pasos de tu silla. Te levantas ansioso y pasas de frente sin mirar la pantalla. Te vas a la ducha. El agua ya calentó. Comienza el día.

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