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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Les escribo sobre Av. Larco, el musical. Al comienzo me costó conectar, acaso porque, como bien dice Mariana de Althaus, se trata de un género que nos invita a asumir su carácter artificial. Y a mí, a veces, me cuesta jugar. De pronto, sin embargo, me vi inmerso en su trama, justo cuando la tensión dramática se teje entre El Agustino y Miraflores. Me regresó a una época triste y a la vez excitante, un momento de mi vida en el que descubría a un país que se demolía a sí mismo y, al mismo tiempo, destruía uno a uno mis prejuicios. Esa ingenuidad adolescente y de clase media también fue mía.

Qué difícil realizar un musical con composiciones de bandas peruanas de distintas épocas, de diversa profundidad y de públicos absolutamente dispares. Más difícil aún que desde el entretenimiento se traten esos asuntos aguafiestas que nos caracterizan: el clasismo, el racismo y la homofobia. Y más desafiante todavía: que una película pop dé cuenta de la época del terrorismo y de sus secuelas, esas que como sociedad no hemos querido ni podido curar. Las Torres de los NSQNSC sigue vigente.

Eso es Av. Larco, una película imposible. Pero funciona. En mi caso, tal vez porque se trata de gente de mi generación. No pude evitar emocionarme al ver al F y Julio Pérez actuando con solvencia; a Octavio Castillo, Andrés Dulude y Martín Choy, entre otros patas, haciendo sus respectivos cameos. Siento que los arreglos al viejo punk peruano están muy buenos. Hasta me divertí con las versiones de Río, que suenan mejor que las originales. Salí del cine con mi familia abriendo el Spotify para buscar los compilatorios de rock peruano y cantamos todo el camino. Salimos conectados, conversando sobre esa época y de lo que subsiste de ella hasta hoy.

Me parece saludable que una película despierte un apasionado debate como el de esta semana. Al tener referencias fuertes de nuestra historia reciente y, al mismo tiempo, darse licencias que se saltan todo parámetro realista o documental, era inevitable que esto sucediese. Sin duda este largo continúa en las discrepancias y las conversaciones que le siguen.

No es de extrañar que muchas funciones terminen entre tímidas lágrimas y aplausos entusiastas. Tampoco que hayan padres de familia que quieran volver al cine con sus hijos. No pensaba escribir esta reseña porque conozco a varios de los involucrados en esta producción y no puedo ser imparcial. Pero lo hago porque creo que vale la oportunidad de reflexionar sobre esas experiencias que todavía nos empujan, simultáneamente, al sectarismo y a la empatía. Pocas veces nos pasa eso de forma tan sencilla y directa. Hay que aprovecharlo.