La conectividad educativa en el Perú se piensa como la acción de garantizar acceso universal a Internet en todas las instituciones educativas. Pero, la práctica ha demostrado que esta visión es reduccionista e insuficiente para cerrar brechas y transformar realidades. ¿De qué sirve tener internet si las escuelas permanecen desconectadas de su entorno inmediato y de las necesidades de sus estudiantes?
En muchos casos, las instituciones educativas conectadas a internet operan como islas: tienen acceso a recursos globales, pero carecen de vínculos significativos con sus propias comunidades. Esta desconexión no es solo tecnológica, sino principalmente social y cultural. En lugar de ser centros de cohesión que unan a estudiantes, docentes y familias, las escuelas corren el riesgo de convertirse en espacios donde la tecnología refuerza la fragmentación y desvincula a los individuos de su entorno.
El concepto original de "conectividad" implica la creación de vínculos. No se trata solo de estar en línea, sino de fortalecer relaciones, compartir saberes y construir comunidades más integradas. En este sentido, la conectividad educativa debería ser mucho más que una herramienta técnológica; debería convertirse en una estrategia para reforzar el tejido social en centros poblados, caseríos y zonas urbanas vulnerables.
En lugar de reproducir modelos exógenos que priorizan la conexión a lo global, debemos construir redes que conecten primero a los actores locales. Esto significa capacitar a los docentes para integrar proyectos comunitarios, diseñar herramientas digitales relevantes para el entorno y promover iniciativas que unan a estudiantes, familias y comunidades.
La conectividad educativa no es solo internet, infraestructura o equipamiento. Es la capacidad de estar conectado con uno mismo, con el entorno y con las personas que nos rodean. Transformemos nuestras escuelas en auténticos centros de cohesión social y construyamos juntos un Perú más integrado y equitativo.