El miedo disfrazado de libertad

“Hay decisiones que, si se toman sin memoria, terminan pareciéndose demasiado a aquello que juramos no repetir. No estamos hablando solo de tratados. Estamos hablando de señales. De lo que se lee entre líneas cuando un país decide cortar los lazos que le recuerdan que hay límites…”.

Fecha de publicación: 02/08/2025 7:00 am
Actualización 02/08/2025 – 7:57

El Pacto de San José fue una promesa que el país se hizo a sí mismo cuando salía de la oscuridad y buscaba anclarse a algo más firme que sus propias instituciones. Hoy se dice que es una camisa de fuerza, que impide avanzar, que responde a una lógica ajena. Se dice, también, que hay que recuperar soberanía. Pero soberanía no es desandar lo firmado, sino hacerlo valer. Una nación no se define solo por lo que decide, sino por lo que honra.

Los compromisos no nos restan. Nos recuerdan. Nos obligan a pensar antes de actuar, a contar hasta diez antes de silenciar, a mirar a las víctimas no como estorbos sino como testigos con derecho a la justicia.

Salir del pacto no borra las condenas. Borra la brújula. Borra el espejo. Silencia a esa voz que nos dice que la justicia no puede ser parcial ni impaciente. Que hay heridas que no se cierran con decretos. Que hay silencios que gritan.

Hay decisiones que, si se toman sin memoria, terminan pareciéndose demasiado a aquello que juramos no repetir. No estamos hablando solo de tratados. Estamos hablando de señales. De lo que se lee entre líneas cuando un país decide cortar los lazos que le recuerdan que hay límites, especialmente en el poder. De lo que grita hacia dentro cuando empieza a dudar de la justicia internacional, porque la nacional no basta.

El Pacto no impone verdades. Protege derechos. En ese gesto, incómodo a veces, reside su valor. Nos somete, sí. Pero no a otros países, ni a otras culturas. Nos somete a un principio: ninguna autoridad está por encima de los derechos humanos. Ni siquiera la elegida. Ni siquiera la mayoritaria.

Quizás lo más difícil de los compromisos es que nos exigen coherencia. No se puede usar la ley solo cuando conviene. No se puede invocar la justicia solo cuando se es víctima.

Quienes no han cumplido sus promesas individuales al país no deberían ser quienes rompan las que el país hizo ante el mundo. El verdadero colonialismo no siempre viene de fuera. A veces se disfraza de pragmatismo, de urgencia, de oportunidad política. A veces toma la forma de una ley escrita con apuro o de un silencio vestido de reconciliación. Pero un país que renuncia a sus principios no se libera, se traiciona. Es cierto que no somos colonia de nadie, ni de nuestras autoridades. Algunas frases suenan a libertad, pero huelen a miedo.

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