Un limeño promedio pierde entre 1 hora con 30 y 1 hora con 50 minutos atrapados en el tráfico. (Difusión)
Un limeño promedio pierde entre 1 hora con 30 y 1 hora con 50 minutos atrapados en el tráfico. (Difusión)

Uno de los rompecabezas insolubles con que se ha encontrado cada alcalde del Lima al enfrentar las urgencias urbanas es, qué duda cabe, el de la congestión vehicular. Intentos de domar a la bestia del tráfico limeño ha habido muchos, casi todos vanos y sin efectos duraderos.

Para recordar solo los últimos años, el Metropolitano fue una alternativa que funcionó bien al principio, pues sabido es que la única manera de descargar el flujo automotor en las vías más asediadas de las grandes ciudades es a través de sistemas de transporte masivo, pero este pronto quedó chico y ni la puesta en marcha del tren eléctrico mejoró las cosas: esos buses que pasan por la berma central de la Vía Expresa cada día se parecen más a los íkarus articulados del velasquismo, que transitaban atiborrados de pasajeros ahí comprimidos, cual lata de sardinas, como ocurre ahora en las llamadas horas punta.

En algunas capitales del mundo se aplica un cobro de peajes a los vehículos particulares para ingresar, por ejemplo, a los centros históricos o a zonas céntricas de alta congestión. En otras metrópolis se ha optado en cambio por estrategias de restricción vehicular, también llamadas de racionamiento vial, que con distintos métodos prohíben la circulación de determinados grupos de automóviles a ciertas horas y en ciertas vías de alta densidad.

El alcalde de Lima, Jorge Muñoz, parece haberse decantado por la segunda estrategia, conocida en otras partes del mundo como ‘pico y placa’, y que, según anunció ayer, pondrá en práctica, a manera de ensayo, durante los Juegos Panamericanos a celebrarse en Lima a partir del próximo 26. Sin embargo, aparte del insólito apresuramiento, medidas restrictivas como esta –fuera de que no han funcionado en todos los casos– se basan en un sistema de transporte público robusto e integrado, que supuestamente sería la alternativa al uso del vehículo propio para trasladarse dentro de la ciudad, cosa que en nuestra capital dista muchísimo de ser una realidad.

Se trata a todas luces de una decisión poco meditada, casi facilista, que ignora flagrantemente una cultura urbana como la de Lima, donde fórmulas y experiencias calcadas de otras realidades desembarcan solo para ahogarse en su propia inutilidad.