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Redacción PERÚ21

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Ariel Segal,Opina.21 arielsegal@hotmail.com

En octubre de 1993, el general retirado canadiense Roméo Dallaire fue invitado a comandar una misión de paz de la ONU en Ruanda, luego de que los dirigentes de ese país africano llegaran a un acuerdo de paz, que debía conducir a un gobierno de transición entre el clan de los hutus y el de los tutsis.

Los belgas, que colonizaron Ruanda en 1916, creían en teorías raciales de su época y convencieron a los tutsis que eran superiores que los hutus, a pesar de que no son si quiera etnias diferentes, pues no tienen diferencias raciales ni lingüísticas; pero décadas de dominación de la minoría tutsi sobre la mayoría hutu, por el legado belga, hacía difícil la confianza entre ambos grupos, lo cual se complicaba con la existencia de un grupo extremista llamado Interahamwe, que llamaba a "fumigar a los tutsis".

En abril de 1994, el derribo del avión en el que viajaba el entonces presidente hutu Habyarimana dio excusa al Interahamwe y a sus aliados del gobierno a ejecutar matanzas sistemáticas que acabaron con la vida de 800 mil personas en 100 días. La ONU decidió evacuar a las tropas de paz para no exponer sus vidas y Dallaire, más un Hamlet que un Romeo, se planteó el "ser o no ser" de quedarse en Ruanda solo con 250 soldados que lo acompañaron en su decisión y colaboraron a que miles de ruandeses pudiesen sobrevivir al peor genocidio de nuestros tiempos.

A 20 años de estos sucesos, cuando el mundo que hoy hace un mea culpa por Ruanda y se lava las manos con lo que ocurre en Siria y otros lugares, es preferible atender a las críticas de Dallaire que la retórica del "nunca más" de organismos internacionales que, en su momento, acusaron a Dallaire de no cumplir con las órdenes de retirada.

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