Roberto lerner
Roberto lerner

La mente humana y sus impresionantes logros ha sido vista como instrumento divino, diferenciación radical del resto de animales, lo más complejo del universo, una computadora fabulosa. Y de todas sus capacidades, la que más orgullo nos da es su capacidad de crear, innovar, poner un sello único a alguna de las ideas que produce y concreta en arte, ciencia, tecnología y creación de riqueza.

Esta, la nuestra, es una época en la que inventores e innovadores son héroes que lo dinamizan todo y aportan nuevos placeres, riquezas y poderes. Patentes y derechos de autor establecen un vínculo indisoluble entre una persona —privada o jurídica— y su novedad.

Los copiones son los apestados, los tramposos que se la llevan fácil sobre la base del esfuerzo ajeno. Aunque vivimos en un país donde casi todo se copia y distribuye de maneras informales, el plagio es un tema candente. En el mundo, muchas empresas gastan billones tratando de demostrar que una plagió a la otra.

Pero innovación e imitación son complementarias. Somos ladrones de ideas, conductas y formas que mimamos fielmente. Copiar es repartir ideas entre varios cerebros, distribuirlas de manera eficaz.

La mayor parte de la innovación es producto de muchos plagios y algo de creatividad: conchas, cuentas, cuentas, monedas, papel, derivados financieros, bitcoins. El copiado asegura una suerte de almacén común —en realidad, la cultura es una suma de copias que se transmiten como los chismes— que la innovación mejora.

Puede ser menos romántico, pero quizá más realista: la mente, a fin de cuentas, es una extraordinaria fotocopiadora.

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