El destino del precocísimo poeta, y más tarde mercader de esclavos, Arthur Rimbaud no ha dejado de fascinar a quienes aman su obra y aun a quienes prescinden de ella. Nacido un 20 de octubre hace 170 años, su vida tiene lo necesario para cautivar a un joven: violencia, rebeldía, exotismo, drogas, sexualidad no convencional. Esta amistad de los adolescentes probablemente no habría alegrado a Rimbaud. No le gustaba la compañía de los jóvenes; prefería la de quienes podían enseñarle más. Fue un serio lector de los clásicos griegos y latinos, veneró a Baudelaire y despreció a los románticos, se comparó con un personaje de Shakespeare… Su genialidad no se orientó hacia el sentimentalismo y la subjetividad; por el contrario, declaró que la verdadera poesía era objetiva y trascendía las emociones del yo. Rimbaud sostuvo que, desde la antigua Grecia hasta Baudelaire, nadie había alcanzado esa lucidez. En este sentido, no los irresponsables surrealistas, sino el erudito y aventurero Saint-John Perse sería el heredero de su poética.
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Cuando renunció al arte fue tan radical como lo había sido cuando lo cultivaba. Aprendió velozmente lenguas útiles para comerciar en Java, Chipre y África. Como mercader en esas peligrosas soledades, fue despiadado consigo mismo y con los nativos que lo servían. Parece que luego de Verlaine no tuvo otra relación homosexual y, en cambio, sí sabemos que eligió a una africana como amante estable. Mientras tanto, vendía armas sin importarle contra quién se usaban y trataba de convencer a otros europeos de unirse a él en el comercio de esclavos. Todo ello para retornar algún día a Europa e instalarse como un hombre rico. En sus cartas le pide a su hermana que le busque una esposa que tenga dinero. Y retornó a Francia, con un cinturón lleno de oro, pero demasiado tarde: lo consumía el cáncer de huesos. Más tarde Albert Camus había de condenar la deserción de Rimbaud y su voluntad de convertirse en un respetable burgués.
Quienes admiran la precocidad de Rimbaud, que terminó su obra a los diecinueve años, suelen olvidar otros casos de jóvenes geniales. Recuerdo en particular la figura enorme de Lucano, ejecutado a los veinticinco años por Nerón y autor de la última gran epopeya de la Antigüedad, la Farsalia. De las varias traducciones de Rimbaud recomiendo la de Raúl Gustavo Aguirre y su mejor biografía puede ser la de Enid Starkie.
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