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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Tal como van las cosas, existe un serio riesgo de que la situación política y, por tanto, la económica y social se descompongan, comprometiendo gravemente el proceso electoral que se avecina. Es evidente que el ambiente está más que enrarecido de cara al 2016. Ante tal perspectiva, los líderes políticos, tanto del oficialismo como de la oposición, deberían meditar si conviene al país seguir con una guerra de acusaciones e imputaciones que terminará liquidándolos a todos –justos y pecadores– con las consecuencias que ello conlleve para la gobernabilidad, la democracia y el Estado de derecho en el Perú. Y las consecuencias no serán nada buenas, cabe recalcar.

El meollo del asunto es como sigue. El Ejecutivo ha dejado de gobernar. El presidente dedica toda su concentración a tratar de salvar a su esposa de la ignominia política y la cárcel, a las cuales podría llevarla una serie de hechos que hoy están pugnando por judicializarse. En ese empeño, el presidente y su cónyuge le han declarado la guerra a todo lo que se mueve mientras que reciben fuego a discreción de una oposición que, en vísperas de elecciones, trata de disparar los cañones más ruidosos para el solaz de las masas histéricas. Como al presidente lo desaprueba el 78% de la opinión pública y a la presidenta del partido oficialista el 79%, los disparos de la oposición parecen ser negocio redondo. Mientras, el país va a la deriva.

Esto tiene que parar. La oposición debe darse cuenta de que falta poco para que llegue su hora. Ya sea la señora Fujimori, el señor Kuczynski, el señor García o cualquier otro, liderarán el país en menos de un año. Pero, si la situación se sale de control por el desgobierno en el que hemos caído, ya no es tan probable que lideren nada. Ese es el punto. Para que ello no ocurra, el presidente debe estar concentrado en gobernar los próximos diez meses que le quedan en el poder. Y esto solo será posible si la oposición para la mano con su esposa. No hay otra forma.

A cambio, la señora Heredia debe desaparecer del mapa renunciando, para empezar, a la presidencia del nacionalismo. Tampoco debería postular a nada. Ese sería un gesto necesario y positivo. No puede esperar una tregua política sin un quid pro quo. Mientras, que la Fiscalía y la justicia hagan su trabajo, que para algo existe la independencia de poderes.

La política es un arte muy complejo para dejarlo en manos de la "opinión pública". Ver más allá de las narices es una de las primeras virtudes que deben tener los líderes políticos. El 2016 está a un paso. Sería una tragedia morir ahogados en la playa.