(Foto: Presidencia)
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Lo que la ciudadanía veía ya de lejos y casi como una posibilidad remota, acaso inviable, por desgracia terminó ocurriendo: volvió el confinamiento dominical obligatorio y se mantiene la cuarentena obligatoria en cinco regiones, a las que se suman 34 provincias de otros departamentos del país donde los indicadores del COVID-19 han trepado verticalmente. Pero el repunte, en verdad, no se limita a esas zonas, es un hecho en casi todo el territorio patrio. La vuelta al confinamiento se ha decretado solo en los sitios más críticos, asumiendo incluso el coste que ello significa para la economía, que a estas alturas no puede parar otra vez.

¿Qué ha ocurrido? Muy sencillo: que la mayoría de los peruanos asumieron la reapertura de julio como una señal de que la amenaza había menguado casi hasta lo puramente episódico o aislado. Nada tan erróneo: “pensamiento mágico”, le dicen. En el Perú, las cifras de contagios fueron en lento ascenso hasta que se dispararon por completo. Es que en las ciudades y en el campo alrededor de ellas comenzaron a multiplicarse reuniones familiares, encuentros entre amigos, juergas diurnas –ya que el toque de queda no se levantó– y una vida social muy similar a épocas prepandémicas.

Y esos han sido los principales focos que volvieron a incendiar la estrategia nacional contra el patógeno. Las investigaciones médicas han confirmado, además, que jóvenes y niños son los portadores más peligrosos –entre otras razones, por ser asintomáticos– y quienes, en mayor medida, han estado contagiando a sus familias.

La ciudadanía no puede, pues, seguir siendo tan irresponsable, como ha dicho el presidente Vizcarra. Es hora de madurar y sacrificar la actividad social para salvar vidas: las nuestras, las de los nuestros y las del prójimo.

Pero, por otro lado, el gobierno tiene la responsabilidad de intensificar las campañas de comunicación sobre los riesgos y las medidas básicas para defenderse del patógeno, así como de planificar “ya-ya” una estrategia para evitar escenas de acaparamiento o aglomeraciones en mercados y supermercados, como las que se vieron en las primeras semanas del confinamiento (donde los contagios que se intentaban evitar los domingos se producían los sábados). Eso, por parte del Estado: lo demás sigue estando en nuestras manos.