El presidente Martín Vizcarra sesiona con sus homólogos de la región en cónclave que se lleva a cabo en Chile. (Fotos: Presidencia de la República)
El presidente Martín Vizcarra sesiona con sus homólogos de la región en cónclave que se lleva a cabo en Chile. (Fotos: Presidencia de la República)

Para ser un año, lo transitado por Martín Vizcarra en la presidencia ha combinado una relativa firmeza y un buen toque de suerte. El escándalo de Hinostroza y el CNM le hicieron ganar un espacio propio para nada previsto. Porque todo hacía indicar, hace 366 días, que venía a ser un aliado del keikismo. De hecho, la propia señora Fujimori le quiso imponer su agenda. Sin los audios no había paraíso. Su acierto estuvo en desmarcarse y levantar el discurso contra la corrupción. Es una incógnita, aún, lo que podrá ofrecer en este año y medio que le queda; porque con 2020 se le acaba el tiempo con las elecciones del bicentenario encima.

Según Ipsos, un 48% cree que Vizcarra no ha conseguido hacer reformas trascendentales. El rollo contra los corruptos no dura para siempre. Y el desgaste se empieza a sentir. La gente no es tonta. Esa imagen de cierta inacción puede pasar una factura carísima; porque no hacer nada también suele percibirse como corrupción asolapada. Más aún si su vicepresidenta reclama que le aumenten el sueldo porque si no, el lobby terminará ganando. Peor si su ministro de Vivienda, a mucha honra, no rinde cuentas sobre los dineros públicos que recibe. Ahí nomás dos bombitas de tiempo que pueden estallar si no se comienza a coger el toro por donde hay que cogerlo.

Sorprende gratamente que un 60% pide reformas en la educación. Su gestión tiene que ir más allá del género. Es un asunto en el que hay que dar batalla, sí, pero si hay colegios sin techo y sin agua ni desagüe, ponte a defender la paridad una vez que los hayas puesto en óptimas condiciones. Las bondades de un discurso moderno y necesario pueden hasta caer mal si no se hacen las cosas en orden. Salud e inseguridad son los otros dos grandes pendientes. Hace falta ver más a Vizcarra en el llano. Es ahora o nunca.

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