Kenji Fujimori visita a su hermana Keiko en la Prefectura de Lima. (Renzo Salazar)
Kenji Fujimori visita a su hermana Keiko en la Prefectura de Lima. (Renzo Salazar)

La despolitización de nuestro país se evidencia cuando el partido más poderoso del Perú –a un paso de ser gobierno en dos ocasiones durante la última década y con una mayoría sin precedente en el Legislativo– no es capaz de movilizar a un grupo mínimo de militantes para mostrar respaldo a su lideresa detenida. A lo más se ha visto a un grupúsculo ralo y desenergizado intentando dejarse escuchar.

Fuerza Popular puede haber tocado fondo, pero que más de 60 congresistas no sean capaces de organizar a su gente rápidamente para contrarrestar políticamente el golpe recibido muestra que con las justas se representan a ellos mismos. Recién han convocado a una movilización para hoy, de reflejos bastante lentos y que llega muy tarde. Esto demuestra que cuando ganas votos repartiendo tápers, vales de pollos, microondas y refrigeradores, es poco probable que tus votantes salgan luego a defenderte espontáneamente.

Pero esto no se trata solo de la deslegitimación innegable del fujimorismo y de la estructura clientelar sobre la que han construido su poder, hoy venido a menos, sino de un asunto que alcanza a todo el sistema político tradicional que ha perdido cualquier forma de conexión ciudadana. Mi hipótesis es que ningún partido es capaz de movilizar más que a sus propios amigos si se trata de defender una causa partidaria.

La diferencia con otros países, donde ex presidentes acusados de distintos delitos han tenido marchas multitudinarias de respaldo, es llamativa. Ahí defienden a su líder porque aún creen en él, su palabra y su causa. El anclaje social y enraizamiento de los movimientos políticos en el Perú son los más débiles de la región, lo que hace que seamos un caldo de cultivo para lo inimaginable. Somos un país de representantes sin representados.

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