(Congreso)
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La brecha entre la ciudadanía y las élites políticas que presuntamente las representan en los poderes del Estado continúa siendo un punto de inflexión en la democracia peruana. La altísima desaprobación –72%– de un Congreso de la República elegido hace menos de un año, que acaba de registrar la encuesta nacional de Datum, lo expresa con nitidez y explica, de paso el divorcio, entre los intereses de esas élites y los de quienes votaron por ellos.

No es un caso reciente ni exclusivo del pelotón de parlamentarios que actualmente padece el Perú, viene ocurriendo con consistencia en los procesos electorales de este siglo: una oferta política que se empobrece año tras año. Con partidos que ni siquiera son partidos, sino mero amontonamiento de personajes con ambiciones propias o de defensores de intereses económicos a menudo en los límites de la ley o abiertamente fuera de ella.

Como el desvergonzado caso, por ejemplo, del presidente de la Comisión de Transportes, Luis Simeón Hurtado, acciopopulista que aboga por una ley en favor de los colectiveros informales, a sabiendas del daño que sus malas prácticas causan entre la población y su terrorífica incidencia en la seguridad vial de las ciudades. ¿A cuántos peruanos representa ese señor? Cada legislador parece ir por la suya y punto.

Estos indicadores reiteran una realidad incontrovertible que, sin embargo, en el hemiciclo de la Plaza Bolívar solo parece suscitar un encogimiento de hombros casi generalizado. Ello, porque la conducta de los legisladores continúa en la misma senda anterior a la protesta callejera –como si nunca hubiera ocurrido– que determinó el fin del complot que las bancadas mayoritarias maquinaron para imponerle a los peruanos un presidente de su gusto.

Con la legitimidad de la clase política tan erosionada, la coyuntura podría leerse también, optimistamente, como una oportunidad muy favorable para el surgimiento de una propuesta seria, que apueste realmente por el Perú, y sepulte para siempre la deplorable huella que están dejando los dos o tres últimos Congresos que ha tenido el país. ¿O estamos pidiendo peras al olmo?

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