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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Uno de los grandes acuerdos en la academia global, y buena parte de la local, es la necesidad de profundizar las reformas en los mercados laborales. Las economías más dinámicas son aquellas que no sólo aprovechan mejor las etapas de alcistas de los ciclos, sino además capean mejor las caídas. Una comparación, por ejemplo, entre Estados Unidos y Europa confirma lo mencionado.

Los mercados laborales, por su amplia heterogeneidad tanto en la oferta como en la demanda, requiere ser lo más dinámico posible; léase, flexible, de tal manera que ambos lados de la ecuación puedan adaptarse al siempre cambiante entorno económico. Esto, sin duda, pone en riesgo el trabajo de muchos, pero si el mercado es dinámico ese riesgo será menor al de un mercado inflexible: en el primero saldrán y entrarán a diversos puestos y niveles salariales, mientras en el segundo no saldrán (por los altos costos de salida), pero sin duda no se contratará hasta que la certeza del cambio en el ciclo sea evidente. De nuevo, pensemos en Estados Unidos y Europa.

Mercados dinámicos se basan en dos particularidades esenciales: la primera, bajas barreras de entrada y salida. Si es fácil entrar y salir del mercado laboral será más fácil reajustarse en los ciclos y, para los trabajadores, encontrar un nivel en el que tenga un trabajo formal (así sea menor al esperado por el tiempo de crisis). Lo segundo es que los sobrecostos laborales no sean expropiatorios: al empresario, grande o chico, no le importa la estructura de la carga sino el costo total de la misma; en el caso del trabajador es al revés, no le interesa el costo total en el que incurre la empresa sino el neto que se lleva a la casa. Cuando esta diferencia es muy grande, los incentivos estarán guiando a ambos (empleadores y trabajadores) a la informalidad en la medida que puedan.

Perú, como sabemos, pierde competitividad en ambas particularidades. Imaginemos ahora el trabajo que tenemos por delante para atender dichas reformas.