Congreso reanuda debate sobre la cuestión de confianza. (Anthony Niño de Guzmán / GEC)
Congreso reanuda debate sobre la cuestión de confianza. (Anthony Niño de Guzmán / GEC)

La noche del martes 4 de junio, cuando en el Pleno aún se debatía la cuestión de confianza planteada por Salvador del Solar, una congresista oficialista me confiaba satisfecha que ya se habían conseguido los votos suficientes para el sí. El escenario de la disolución se empezaba a desmontar desde ese momento. Su entusiasmo se congeló levemente cuando le pregunté por los proyectos, sobre todo por sus plazos y sus esencias. Tendrán que aprobarlos, asintió sin mirarme a los ojos. La diferencia en la votación superó largamente el pronóstico de aquella confiada legisladora, pero lo verde no se refleja solo en los votos, sino en que la reforma vea la luz con la sustancia que el gobierno pide.

Salvo contadas excepciones, me temo que esos apremiados dedos que pulsaron el botón verde lo que no querían es el cierre del Congreso. Más que por perder el sueldo, lo que les habría provocado verdadero pavor a varios, según me aseguraron distinguidos asesores congresales, es quedarse sin la dichosa inmunidad parlamentaria. Justamente el proyecto más peliagudo de esta reforma que ¡ay! siguió esperando y ojalá no terminemos parafraseando a Vallejo con lo de muriendo. Porque apenas otorgada la confianza, y sin ningún empacho, surgieron las mismas vocecitas obstruccionistas de siempre: ¿plazos?, ¿esencias? ¡Acá nadie nos impone la agenda!

Como se ve, la tregua durará poco. La salida política del miércoles se gestó por la urgencia de perder la curul. Los proyectos podrían empantanarse, más aún si la Comisión de Constitución tiene a su presidenta y a otros ocho congresistas que votaron contra la confianza, es decir, contra la reforma. Por decoro y algo de consecuencia con su propio voto, la señora Bartra debe dejar ese cargo. Con ella sentada allí, lo más probable es la confrontación y no el consenso.

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