El proyecto fue aprobado por 66 votos a favor, 30 en contra y 6 abstenciones. (Foto: El Comercio)
El proyecto fue aprobado por 66 votos a favor, 30 en contra y 6 abstenciones. (Foto: El Comercio)

Una de las preguntas que el día de mañana los peruanos responderemos frente a las urnas supone decidir si es que estamos o no dispuestos a permitir que los legisladores se reelijan. Los sondeos publicados hasta la fecha y la temperatura que se mide en la calle permiten ver que hay una gran mayoría de peruanos que ha encontrado en esta pregunta una manera de sancionar la recatafila de actos impropios que los congresistas han ido acumulando en su récord.

A pesar de lo anterior –y a sabiendas de que es una opinión harto impopular–, pienso que los peruanos sí deberíamos poder volver a elegir a los legisladores que consideremos adecuados y que la medida que muy probablemente se apruebe tiene más estribo en la demagogia y el populismo que en una real vocación de diseño de mejores políticas públicas. Me temo, además, que la propuesta no va a enmendar ninguno de los daños que se causan hoy.

En primer lugar, cada congresista debe trepar por una curva de aprendizaje. Es decir: cada nuevo legislador que ocupa un escaño debe aprender cómo hacer su trabajo de modo eficiente y siguiendo los procedimientos burocráticos que la función dicta. Ese tiempo de aprendizaje tiene un costo, que se puede cuantificar en los sueldos –tanto de cada congresista como de sus asesores– que no van a rendir con tanta lubricidad al comienzo como al final. Y lo asumimos todos.

El parlamento es estructuralmente un espacio de debate y de amplia representación. Es el lugar perfecto para que los jóvenes y los experimentados se enfrasquen en debates que permitan escucharnos y entendernos mejor como sociedad. Además, la evidencia dice exactamente, en este caso, lo contrario que el sentido común: el Perú tiene uno de los ratios de reelección más bajos y además los escándalos usualmente los hacen los nuevos, los recién electos.

Entiendo perfectamente el sentimiento visceral que lleva buena parte de la población a alzar ese grito de “que se vayan todos”, pero me pregunto… Si se van todos, ¿quiénes entran? ¿Hay acaso una cantera de jóvenes estadistas formados y preparados para asumir una labor tan delicada tan pronto? Lo dudo mucho. Y además me parece un pésimo incentivo para quienes son congresistas. Si hacen bien su chamba no podrán continuar con lo que empezaron.

Estoy casi seguro de que la victoria de la no reelección será aplastante. Pero estoy igual de seguro de que esa medida no mejorará la calidad de nuestra representación parlamentaria y aumentará innecesariamente los costos de transacción detrás de cada proyecto legislativo.

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