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Redacción PERÚ21

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Guillermo Giacosa,Opina.21ggiacosa@peru21.com

Me veo, los veo, afilando sus dientes, puliendo sus piedras, preparando sus flechas, para intentar sobrevivir. Y cuando ni siquiera eso alcanza se apiñan en grupos tribales y se dan coraje sumergiéndose en mitos que prometen una nueva forma de supervivencia. Pronuncian sonidos grandilocuentes, se escandalizan ante cualquier idea que amenace sus creencias y permanecen, como jaguares, prestos a saltar sobre los que no tengan las mismas manchas en su piel o no participen de sus mismos mitos. Hablan de eternidad y amor, y no son más que animalitos asustados repitiendo, con maneras más sofisticadas, los viejos exorcismos que vienen de la caverna y que están destinados a alejar el espanto de la muerte.

Eso recojo, cada día, con luminosas excepciones, de las redes sociales. Miedo. Mucho miedo. Y, como en todo grupo animal, están también quienes medran con esos miedos y obtienen de ellos privilegios que otros envidian. El tener también los aleja de la muerte. Por esa razón acumulan cuanto pueden para cobijarse a la sombra de objetos o números que ocultan la realidad última y se organizan en torno a un sistema de valores basado en la posesión. Ese es el mundo que asoma en las redes sociales y que refuerzan los medios de comunicación. Mundo sordo al otro, abonado de prejuicios pero, básicamente, enfermo de miedo.