(HUGO CUROTTO/GEC)
(HUGO CUROTTO/GEC)

No es la primera ni la última vez que una película infantil trae profundas lecciones a los adultos. En Coco, premiada con el Oscar en 2018, el mensaje central es que la muerte solo ocurre cuando dejamos de recordar a las personas fallecidas. Gran parte de la magia de la película es su facilidad de llegar a todos y que no hace falta religión alguna para creer en “la vida después de la muerte”.

Cuando termine la emergencia sanitaria, muchos habremos perdido a un ser querido. Sentiremos rabia o frustración; impotencia, por no haber podido retener a esa persona sin la cual el mundo no volverá a ser el mismo.

Aun en medio de la crisis, ya se discute cómo reanudaremos la actividad económica porque, por bueno que haya sido nuestro manejo macro, somos un país informal, incapaz de dar un seguro de desempleo; porque, además de tener recursos limitados, no podemos llegar a quienes más lo necesitan. Un ejemplo son quienes trabajan por propinas y cuya existencia han ignorado el actual y el exalcalde de Miraflores; un grupo de jóvenes que trabaja en el Centro Promotor. Vienen de Pamplona Alta o Ticlio Chico, salen de sus hogares cuando aún no amanece y vuelven cuando está oscuro, con los S/35 que les dieron de propina. Hace más de un mes que no llevan nada a casa. No existen para el bono ni para la canasta.

Presidente, como muchos más, no son solo población vulnerable; para su gobierno son “población invisible”.

Por eso, pese al riesgo tendrán que reiniciar labores; con protocolos sanitarios que deben protegerlos, pero que nunca serán suficientes; porque en sus casas no hay cloro ni alcohol ni detergente, ni posibilidad de trasladarse sin exponerse. La mejor de las suertes.

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