Donald Trump encerró a niños y adultos en jaulas. (AFP)
Donald Trump encerró a niños y adultos en jaulas. (AFP)

Lo que ha venido pasando en EE.UU. es una brutalidad. Poco importa si los niños y sus padres pretendían cruzar la frontera ilegalmente. Lo que importa es que lo ocurrido es una atrocidad que exige el rechazo internacional.

Separar a familias enteras como medida disuasiva para reducir la inmigración, encerrando a los niños en jaulas como si fuesen animales, es algo completamente inhumano. Es una estrategia perversa. Más aun cuando la amplia mayoría son familias que buscan escapar de las bandas criminales y los cárteles de la droga en países colapsados como Guatemala, El Salvador y Honduras.

Si bien no es primera vez que un gobierno americano adopta una medida así, la política de tolerancia cero para separar a todas las familias que intentaran cruzar la frontera es exclusiva de la administración Trump, a pesar de que en 2017 la tasa de inmigración ilegal en ese país ha sido la más baja en 46 años.

EE.UU. se ha construido sobre la dualidad contrapuesta entre libertad y discriminación. Una contradicción que ha marcado varios momentos de su historia, a pesar de ser un país compuesto principalmente por migrantes. Pero en tiempos recientes no se había llegado a este extremo: desde principios de mayo, más de 2,000 niños fueron separados de sus padres para ser encerrados en jaulas.

Independientemente de que Trump finalmente eliminó esta medida, resulta evidente su voluntad de instaurar una política cruel de segregación y desprecio que demanda unidad de la comunidad internacional. 11 congresistas peruanos dejaron sentada su posición junto a otros legisladores latinoamericanos, pero el gobierno de Vizcarra se mantuvo al margen. Esto no puede volver a ocurrir en una situación como esta de flagrante vulneración de derechos humanos.