El 7 de diciembre se cumplieron dos años desde que Pedro Castillo leyó en cadena de televisión nacional las siguientes palabras: “Se dictan las siguientes medidas: disolver temporalmente el Congreso de la República e instaurar un gobierno de emergencia excepcional, convocar en el más breve plazo a elecciones para un nuevo Congreso con facultades constituyentes para elaborar una nueva Constitución en un plazo no mayor de 9 meses. A partir de la fecha y hasta que se instaure el nuevo Congreso de la República, se gobernará mediante decretos ley (…) se declara en reorganización el sistema de justicia, el Poder Judicial, el Ministerio Público, la Junta Nacional de Justicia, el Tribunal Constitucional (…)”.
El texto es claro y no deja espacio a mayor interpretación: se disolvía el Congreso mediante métodos no previstos en la Constitución, se convocaba a una Asamblea Constituyente, figura no contemplada en la Constitución, y se avasallaba arbitrariamente el sistema de justicia, decretando su reestructuración por métodos no previstos en la Constitución. En concreto, un golpe de Estado.
Para muchos, Castillo representaba la reivindicación del Perú profundo; el profesor rural que, desafiando al sistema, ganaba la Presidencia para luchar en favor de los desposeídos y marginados, por la inclusión económica y social para forjar un país más unido y solidario.
Sin embargo, hurgando en los antecedentes del señor Castillo era fácil advertir que esta era una construcción ficticia de un personaje que siempre tuvo la trampa, la astucia y la ambición de poder personal como único objetivo. Castillo representa la gran traición, no solo al orden democrático, sino a los millones de peruanos que vieron en él el camino para la inclusión y reivindicación.
Desde los 20,000 dólares en Palacio de Gobierno, las reuniones secretas y de madrugada en una casa en Sarratea hasta los encuentros con proveedores de biodiésel era evidente que su manifiesta ineptitud en el ejercicio del gobierno ocupaba un lugar secundario ante la desbocada corrupción que su gobierno encarnaba cada vez con mayor nitidez.
El golpe buscó no solo el asalto al Estado de derecho, sino también asegurar impunidad a las tropelías que se venían revelando. Con su caída y la llegada de su vicepresidenta, la señora Dina Boluarte, el caos, desgobierno, ineptitud y corrupción continúan, lo que confirma otro quinquenio más tirado a la basura.
Con la inversión privada paralizada desde hace años, sin proyectos importantes de infraestructura en ejecución, sin grandes proyectos mineros en construcción, con las inversiones hidrocarburíficas abandonadas y desperdiciando los excepcionales términos de intercambio con que contamos, la situación es dramática.
Dependerá de nosotros convertir la oscuridad de este momento en el punto de inflexión hacia el resurgir nacional. Estemos esperanzados en que nunca la noche es más oscura como antes del amanecer.
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